Editorial

Reconstruir el PP

El Partido Popular corre el riesgo de caer en la burocracia o en la radicalización

Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado, en una cena del PP. DAVID MUDARRA / PP (Europa Press)

El Partido Popular ha sido y sigue siendo una fuerza central en la política española. Constituye, en sí mismo, una institución, y es razonable pedirle que se comporte como tal. No sobra por ello recordar sus desmanes, especialmente los casos de venalidad política que crecieron como una hidra en nuestra democracia a pesar de los esforzados intentos de sus responsables por presentarlos como una patología puntual.

Iniciado el ciclo político, parece que el PP ha sabido disipar las tentaciones iniciales de repetir la operación de 2004, cuestionando la legitimidad del Gabinete de Sánchez como...

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El Partido Popular ha sido y sigue siendo una fuerza central en la política española. Constituye, en sí mismo, una institución, y es razonable pedirle que se comporte como tal. No sobra por ello recordar sus desmanes, especialmente los casos de venalidad política que crecieron como una hidra en nuestra democracia a pesar de los esforzados intentos de sus responsables por presentarlos como una patología puntual.

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Iniciado el ciclo político, parece que el PP ha sabido disipar las tentaciones iniciales de repetir la operación de 2004, cuestionando la legitimidad del Gabinete de Sánchez como se hizo con Zapatero. Se ha entendido, por fin, que el normal funcionamiento de las instituciones se garantiza cumpliendo una norma básica: el partido que pasa a la oposición debe evitar la tentación de deslegitimar al Gobierno entrante.

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Esta nueva etapa lo es también para el PP, que gobernó el país en su peor crisis económica reciente y al que hay que reconocer que consiguió mejorar, sin duda, las cifras macroeconómicas. Pero una vez más se acumulan las críticas por una escandalosa falta de sensibilidad social y política que le llevó a hacer recaer el coste de la crisis sobre los más débiles, contribuyendo a una extensión y cronificación de la desigualdad y la precariedad en nuestro país.

Hoy, inmerso en su particular proceso de primarias, el PP se enfrenta a un mecanismo de democracia interna con el que se le percibe notablemente incómodo. Cualquier proceso de primarias desnuda a una organización, que muestra así sus costuras orgánicas y su inevitable cainismo familiar. Pero una vez reconocidos los riesgos, la ciudadanía debe pedir al PP que se reconstruya y evite la tentación de la radicalización. Las pintorescas declaraciones de Pablo Casado sobre la posibilidad de abandonar Schengen, su retórica ultranacionalista o la necesidad de erradicar la “ideología de género” no son muy tranquilizadoras a este respecto.

En este nuevo ciclo político sería deseable que el PP articulara un espacio ideológico propio que no se limite a competir con Ciudadanos por la posición más dura en el espectro político conservador. Para ello necesita reconfigurarse como una fuerza sólida y unida, dos características que pasan por encontrar una narrativa propia y nueva para la derecha y para España, capaz de vertebrar con su liderazgo a un electorado de centro-derecha moderno, al que ha dejado huérfano de representación. También la familia popular europea necesita un PP español centrado, en un momento de incertidumbre y demagogia populista, nacionalista y xenófoba.

El periodo pos-Rajoy nos enseña, de hecho, que el PP debe repolitizarse para regenerarse, y Sáenz de Santamaría debería tomar nota de ello. Pues si algo cierto hubo en su mandato fue la grisura de una etapa altamente burocratizada, capaz de anular cualquier contenido de calado político, como se pudo comprobar en su desastrosa gestión de la crisis con Cataluña. La centralidad del PP en la política española requiere de muchos cambios, y de su éxito dependerá en buena medida la fortaleza de la democracia en España. Porque no se puede olvidar que, en un país democrático, tan importante es que haya un buen Gobierno como una oposición eficaz.

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