El acento

A Urdangarin le gusta la comida gitana

La batalla por las audiencias y la falta de escrúpulos han convertido a los medios en estandartes de un periodismo basura ahora empeñado en dar voz a los miembros de La Manada

Iñaki Urdangarin, a su llegada al aeropuerto de Madrid, antes de entrar en la cárcel, el pasado 17 de junio.GJB/KAB (GTRES)

La posibilidad de que algún canal televisivo negocie entrevistas con los miembros de La Manada ha puesto en alerta a media España. ¿Falsa alarma? Ayer, los medios de comunicación pusieron en marcha su maquinaria y convirtieron en protagonistas a esos delincuentes hoy famosos. “¡Atención, atención, porque El Prenda acaba de llegar al juzgado de Sevilla!”, anunciaba TVE a media mañana manteniendo la conexión en directo. Y, sí, por ahí desfilaron El Prenda y sus amigos, por entre el enjambre de cámaras y micrófonos, a la espera del espectáculo de un condenado en primera instancia arremetiendo qui...

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La posibilidad de que algún canal televisivo negocie entrevistas con los miembros de La Manada ha puesto en alerta a media España. ¿Falsa alarma? Ayer, los medios de comunicación pusieron en marcha su maquinaria y convirtieron en protagonistas a esos delincuentes hoy famosos. “¡Atención, atención, porque El Prenda acaba de llegar al juzgado de Sevilla!”, anunciaba TVE a media mañana manteniendo la conexión en directo. Y, sí, por ahí desfilaron El Prenda y sus amigos, por entre el enjambre de cámaras y micrófonos, a la espera del espectáculo de un condenado en primera instancia arremetiendo quizá contra la víctima o —¡gran exclusiva!— pidiendo perdón.

La batalla por las audiencias y la falta de escrúpulos han convertido a los medios —en mayor o menor medida— en estandartes de un periodismo basura impropio de la profesión y de una sociedad que pretende respetar los más elementales códigos de conducta. El magnífico análisis de la periodista y escritora Sara Mesa publicado este domingo en este diario bajo el título Historia de un linchamiento es un ejemplo del nivel de carroña que estamos dispuestos a digerir y del precio que pagan por ella algunos inocentes.

La persecución mediática a la que fue sometido aquel hombre que acosaba a la madre del niño Gabriel Cruz es una ignominiosa página del periodismo español. En esos programas matutinos de audiencias millonarias se le señaló como presunto culpable de la muerte de Gabriel no solo sin pruebas, sino ocultando los datos aportados por la investigación que le exculpaban. La familia de este hombre se quejó sin éxito a los medios. Los padres tuvieron que ser tratados psicológicamente y él está atravesando una depresión profunda.

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No es la primera vez que se comete una tropelía como esta. Quizá la novedad reside hoy en el hecho de que una parte de la sociedad se muestre más razonable y sensible y haya alertado preventivamente contra actuaciones que puedan convertir en millonarios a los miembros de La Manada mientras la víctima lame sus heridas en silencio. Se pide el boicoteo a los anunciantes de los programas de telebasura y el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, está dando a los medios una lección impagable: no se prestará a ninguna entrevista en ningún espacio que no se comprometa de antemano a no entrevistar a los miembros de La Manada.

Puede que la reacción social sea solo momentánea. El público, con tanta ficción a su alcance, exige emociones tan fuertes como reales. La proliferación de cámaras y la inmediatez informativa alimentan el cotilleo y el morbo. A veces son un festín para los mirones. Hace unos días, TVE instalaba potentes teleobjetivos frente al lugar donde la policía reconstruía el crimen de Diana Quer. Hoy, dado el silencio que los abogados han pedido a sus defendidos de La Manada, algunos medios ya especulan con el proceso abierto por una presunta violación múltiple a la que han bautizado como el caso de “La Manada de Alicante”. También ayer supimos de boca del marido de la cocinera de la cárcel de Brieva que Iñaki Urdangarin no solo está bien alimentado, sino que aprecia la comida gitana que elabora su mujer. Dato irrelevante y prescindible, pero no se fíen de su inocua apariencia.

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