La liebre

Ninguna aberración política va a robar protagonismo al balón, eso ya lo sabemos quienes crecimos durante el Mundial del 78 en Argentina

Imagen de Oleg Sentsov, que cumplirá el día del partido inaugural un mes en huelga de hambre en un lejano penal de Siberia.Evgeny Feldman (AP Photo)

Hace años, cuando los equipos grandes de la Liga de fútbol jugaban en ciudades pequeñas, siempre había algún paisano que soltaba en el campo una liebre, un conejo o una gallina. Les provocaba regocijo ver a jugadores relevantes correteando tras los animalillos, que escapaban entre fintas y regates hasta que alguien los atrapaba y los devolvía al dueño o a la cazuela del guarda jurado del estadio. El espectáculo del fútbol no tiene por costumbre rebajarse a tratar los dramas de la vida real. Si acaso algún minuto de silencio o iniciativas solidarias de jugadores, como la muy inteligente de Juan...

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Hace años, cuando los equipos grandes de la Liga de fútbol jugaban en ciudades pequeñas, siempre había algún paisano que soltaba en el campo una liebre, un conejo o una gallina. Les provocaba regocijo ver a jugadores relevantes correteando tras los animalillos, que escapaban entre fintas y regates hasta que alguien los atrapaba y los devolvía al dueño o a la cazuela del guarda jurado del estadio. El espectáculo del fútbol no tiene por costumbre rebajarse a tratar los dramas de la vida real. Si acaso algún minuto de silencio o iniciativas solidarias de jugadores, como la muy inteligente de Juan Mata. Por eso tuvo tanta repercusión el viaje cancelado de la selección argentina de Messi a Jerusalén tras las presiones palestinas. Política y fútbol son hermanos clandestinos, que solo se frecuentan cuando nadie los ve. La Copa del Mundo de selecciones ha ido dejando atrás un reguero de oportunismos comerciales mezclados con las urgencias de regímenes dictatoriales y, en ocasiones, el triunfo y la vergüenza se han dado la mano pese al acuerdo mediático de nunca hacer sangre que perjudique al negocio.

Estos días hemos conocido por las crónicas que el seleccionado español se prepara para la cita mundialista en unas instalaciones en la ciudad de Krasnodar, un complejo deportivo rutilante propiedad del multimillonario de origen armenio Sergey Galitsky. Sin embargo, va a ser imposible que pueda disputarse un Mundial en Rusia sin que se tengan en cuenta algunas de las quiebras democráticas de aquel país, donde progresar como líder opositor no conduce al triunfo en las urnas sino a la estancia en la cárcel, y donde el periodismo libre es una tarea heroica. Más incómodo aún es que el joven director de cine Oleg Sentsov cumplirá el día del partido inaugural un mes en huelga de hambre en un lejano penal de Siberia en protesta para pedir la liberación de presos ucranianos.

Acusado de terrorismo, el director nacido en Crimea se ha posicionado del lado de Ucrania en la disputa por la península frente a Rusia. Fue condenado a 20 años de cárcel tras un proceso que levantó las alarmas de todos los organismos internacionales de vigilancia de derechos. Entre otros detalles, el principal testigo de cargo se desdijo de sus acusaciones al admitir que habían sido obtenidas bajo coacciones. Ninguna aberración política va a robar protagonismo al balón, eso ya lo sabemos quienes crecimos durante el Mundial del 78 en Argentina. Por eso nos toca a nosotros soltar la liebre en el estadio e incomodar un poco la impunidad presuntuosa de esa alianza infalible entre el dinero y el autoritarismo.

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