Un fin

En el final de ETA aprendemos que la paciencia y la justicia trabajan de la mano. Que el asesinato no gana nunca si apostamos por lo colectivo

1992: pancartas de repulsa contra el atentado de ETA contra un convoy de la Policía Nacional que se dirigía al estadio Vicente Calderón. Miguel Gener

La disolución de la banda terrorista ETA nos enseña tantas cosas que resulta apabullante como experiencia social. Para los españoles que vivieron alguna parte de su madurez entre los años 1970 y 2015 nada podrá dejar tanta significación y tan honda huella emocional. Puede que el olvido algún día se adueñe de todo lo que rodeó a ese fenómeno, es imposible negar nuestra insignificancia, al fin y al cabo, pero con la disolución de la marca uno no puede dejar de arremolinar recuerdos, lecciones, sensaciones. En España existe una variedad del patriotismo muy ridícula que no les impide a algunos dañ...

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La disolución de la banda terrorista ETA nos enseña tantas cosas que resulta apabullante como experiencia social. Para los españoles que vivieron alguna parte de su madurez entre los años 1970 y 2015 nada podrá dejar tanta significación y tan honda huella emocional. Puede que el olvido algún día se adueñe de todo lo que rodeó a ese fenómeno, es imposible negar nuestra insignificancia, al fin y al cabo, pero con la disolución de la marca uno no puede dejar de arremolinar recuerdos, lecciones, sensaciones. En España existe una variedad del patriotismo muy ridícula que no les impide a algunos dañar a su país, expoliarlo, envenenarlo, mancharlo y degradarlo mientras presumen de amarlo locamente. Se hace también a nivel regional, local, como vemos a diario. Los brasileños tuvieron un movimiento similar en la dictadura que definieron como ufanismo con enorme precisión, porque no deja de ser eso, un ufanarse en lo propio, con lo que tiene lo ufano de satisfecho engreimiento.

No existe un ser sensible que no haya padecido en muchas ocasiones un dolor profundo por las equivocaciones de los representantes de su país, su mediocridad, su vicio, su cortedad, su incapacidad. Pero aprendemos a equilibrar el juicio cuando descubrimos también la muchas veces anónima heroicidad de conciudadanos, su valentía, su grandeza, su generosidad, su esfuerzo. Al fin y al cabo, los países son la gente, y quizá el clima y el paisaje, más que sus símbolos o sus pasajeros gobernantes. En el final de ETA aprendemos que la paciencia y la justicia trabajan de la mano. Que el asesinato no gana nunca si apostamos por lo colectivo, por lo que nos queda de humano cuando en apariencia ya se ha perdido toda humanidad en la ciega persecución de un fin.

Cuando contra la lucha terrorista se buscaron réditos electorales y se tomaron atajos de guerra sucia solo se consiguió alargar la duración de la actividad criminal. El mismo error que estos días cometerán en la CIA si amparan a una directora que avaló las torturas. Nuestro país acertó cuando buscó alianzas con los países vecinos y apostó por la inteligencia, la investigación, la legalidad y la unidad ciudadana. Incluso cuando de las negociaciones se salía magullado y roto, lo más sólido resultó confiarse a esa cosa tan vulgar y sosa que conocemos como democracia. Las víctimas de la tragedia fortalecieron la idea mientras los verdugos perdieron toda legitimidad. Aunque aún quedan capítulos por coronar, ahí queda esa lección de historia. Bien valdría pararse un segundo, tomar aire, y sentirse orgullosos de una paz que es nuestra, por fin. Hoy felicito a mi país.

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