A gustito

No pueden indignarnos las derivas autoritarias de Polonia o Hungría si antes no reparamos en nuestras incongruencias

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Unos independentistas queman la imagen del rey Juan Carlos I y la reina Sofía durante la Diada Nacional de Cataluña de 2008. REUTERS

Habrá un momento en que los españoles se cansen de pagar multas impuestas por los altos tribunales europeos y digan basta. Basta de interpretaciones oportunistas de los derechos colectivos. La pertenencia a la UE nos exige la circulación no solo física entre los ciudadanos miembros, sino también comercial, legal y social. Por mucha personalidad peculiar que queramos concedernos tenemos que comprender que el reto está en someternos a un sentido común para luego exigir ese mismo deber a nuestros países vecinos. No pueden indignarnos las derivas autoritarias de Polonia o Hungría si antes no repar...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Habrá un momento en que los españoles se cansen de pagar multas impuestas por los altos tribunales europeos y digan basta. Basta de interpretaciones oportunistas de los derechos colectivos. La pertenencia a la UE nos exige la circulación no solo física entre los ciudadanos miembros, sino también comercial, legal y social. Por mucha personalidad peculiar que queramos concedernos tenemos que comprender que el reto está en someternos a un sentido común para luego exigir ese mismo deber a nuestros países vecinos. No pueden indignarnos las derivas autoritarias de Polonia o Hungría si antes no reparamos en nuestras incongruencias. Llevamos demasiado tiempo recibiendo varapalos, por ejemplo, a causa de la errática legislación española sobre energías renovables. Multa tras multa no queremos escarmentar.

Las últimas veces nos han condenado por la rara interpretación española de las injurias a la Corona, incluida la quema de fotos. Por más que nos insisten en que los mismos derechos tienen que proteger a cualquier ciudadano de a pie que a los representantes institucionales, seguimos negando la mayor, y por lo tanto pagamos multas con el dinero de todos. Un disparate que nuestros políticos se niegan a enmendar y que estimula las provocaciones en lugar de desbravarlas. Pronto el exceso de recurrir a medidas excepcionales como la prisión preventiva para enfrentar el problema político de enorme envergadura que se ha planteado en Cataluña nos pasará también factura a cobro.

Cuando se canceló la asignatura de Educación para la Ciudadanía ya sospechábamos que se apostaba por el dogma y los estacazos mutuos. Judicializar hasta el patio de colegio es condenar a los tribunales a resolver sobre urbanidad y buenas maneras, como el consultorio de la señora Francis pero con toga y puñetas. Los límites de la libertad de expresión se resuelven estimulando la convivencia y no la coacción. Nuestra democracia se debilita si caemos en la obtusa recurrencia de llevar a los tribunales a individuos que se expresan de manera que nos puede resultar ofensiva o despreciable, pero no punible penalmente. La última desmesura es condenar a una multa de 40.000 euros a la revista satírica Mongolia por una viñeta del torero Ortega Cano incluida en el cartel de una actuación teatral en la que pronuncia su frase icónica: “estamos tan a gustito”. A Ortega Cano se le condenó en su día a pagar 170.000 euros por quitar la vida a un hombre en accidente de tráfico en una noche de infame recuerdo. La comparación de ambas cantidades produce sonrojo. No un sonrojo íntimo, sino nacional.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Archivado En