Columna

Motor de una nave más humilde

Se recupera el eje franco-alemán en medio de la 'deserción' de socios importantes

Matteo Salvini, líder de la ultraderechista Liga tras conocer los resultados de las elecciones italianas del domingo.MIGUEL MEDINA (AFP)

Es una buena noticia saber que el eje franco-alemán se revitaliza. No es tan buena nueva comprobar que todo indica que va a estar extraordinariamente desasistido. Ha sido una semana agridulce para la Unión Europea. El voto favorable de las bases del partido socialdemócrata alemán SPD a la Gran Coalición permitirá lanzar las reformas y el refuerzo del bloque que reclama en París Emmanuel Macron, pero Italia ha demostrado con su voto a favor de populistas y euroescépticos su desafecto por el proyecto. Tal vez sea inapropiado situar ambas realidades en la misma balanza por su distinto peso especí...

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Es una buena noticia saber que el eje franco-alemán se revitaliza. No es tan buena nueva comprobar que todo indica que va a estar extraordinariamente desasistido. Ha sido una semana agridulce para la Unión Europea. El voto favorable de las bases del partido socialdemócrata alemán SPD a la Gran Coalición permitirá lanzar las reformas y el refuerzo del bloque que reclama en París Emmanuel Macron, pero Italia ha demostrado con su voto a favor de populistas y euroescépticos su desafecto por el proyecto. Tal vez sea inapropiado situar ambas realidades en la misma balanza por su distinto peso específico, pero si se amplía el foco las amenazas al europeísmo ganan por goleada.

Con ese enfoque ampliado, la realidad es que la UE sufre la rebelión de algunos países del Este, una corriente antirreformista de ocho países del norte capitaneados por Holanda y, además, afronta la primera deserción de su historia; la de Reino Unido. Dentro de tal panorama, la desafección creciente de Italia tiene un valor simbólico excepcional porque fue un país fundador.

El voto del domingo pasado no es una sorpresa. Hace ya casi dos años, un análisis del Pew Research Center confirmaba que los italianos no dejan de alejarse del proyecto. Después de los griegos, eran en 2016 los más descontentos con la política económica europea y sus jóvenes son más antieuropeos que los mayores; lo contrario de lo que ocurre en el resto de la Unión. La austeridad impuesta por Bruselas y la percepción de que Italia no ha contado con la solidaridad esperada para gestionar el masivo flujo de inmigrantes y refugiados ha terminado por completar el cuadro.

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Hoy Europa cuenta todavía con seis grandes países en los que habitan el 70% de los ciudadanos europeos. Reino Unido está haciendo las maletas, Italia se aparta, Polonia ha emprendido una deriva antieuropea y antidemocrática y España peca de incomparecencia de sus líderes. Felipe González demostró que no hace falta ser muy rico y muy grande (en términos demográficos) para hacer política europea. Desde entonces, ningún presidente del Gobierno ha seguido sus pasos y la voz de Mariano Rajoy es inaudible en Europa. Quedan solo Francia y Alemania para sostener el proyecto.

El pacto alemán es europeísta, pero las corrientes que lo suscriben —conservadores y socialdemócratas— salieron debilitadas de las elecciones de septiembre y puede que su acuerdo sea solo una prórroga de un par de años para la canciller Merkel. En Francia, Emmanuel Macron mantiene un liderazgo fuerte y estable, pero el euroescéptico Frente Nacional ganó las últimas europeas y quedó finalista en las presidenciales. Al motor franco-alemán, en definitiva, le aguarda una ardua tarea. Se enfrenta casi en solitario a las revisiones justo cuando más se necesitan y quizá deba adaptarse a una nave más pequeña; un núcleo duro que avance en la esencia europea, libre del lastre de unos cuantos.

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