Opinión

Un escándalo del pasado… o no

Si nadie ha pedido nunca coherencia al independentismo, ¿por qué ahora iba a ser una excepción?

Jordi Montull, con sombrero, su hija Gemma Montull y el abogado llegan al TSJC para escuchar la sentencia.Foto: atlas | Vídeo: Joan Sánchez | Atlas

¡El caso Palau es cosa del pasado! claman esos mismos que conmemoran el asedio de 1714 en cada partido del Barça en el Camp Nou, que es més que un club, uno de los templos sagrados del catalanismo. En definitiva, 1714 es el gran caladero sentimental de esos agravios que todavía estiran, con variantes como Espanya ens roba. Claro que si nadie ha pedido nunca coherencia al independentismo, ¿por qué ahora iba a ser una excepción?

La estrategia apremiante es obvia: establecer que no hay hilo conductor, pue...

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¡El caso Palau es cosa del pasado! claman esos mismos que conmemoran el asedio de 1714 en cada partido del Barça en el Camp Nou, que es més que un club, uno de los templos sagrados del catalanismo. En definitiva, 1714 es el gran caladero sentimental de esos agravios que todavía estiran, con variantes como Espanya ens roba. Claro que si nadie ha pedido nunca coherencia al independentismo, ¿por qué ahora iba a ser una excepción?

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La estrategia apremiante es obvia: establecer que no hay hilo conductor, puesto que Convergencia está extinguida y al PdeCAT se le dio un carácter fundacional. Más o menos se apunta al pujolisme, capaz de catalizar toda la corrupción de Cataluña con su santísima trinidad: Padre, hijos y Madre Superiora. Pero esto, más que pujolismo, corresponde sobre todo a los años Astut Mas. Y el masismo se prorroga en el puigdemontismo, fugado de España para huir de la Justicia.

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Todo esto es una secuencia inseparable. En definitiva Junts per Catalunya es legalmente una coalición entre PDeCAT y CDC. Así se registró ante la Junta Electoral Central, como se publicó durante la campaña electoral del 21-D, para cobrar subvenciones con las que sufragar la campaña, puesto que el PdeCAT era una formación nueva. Que nadie espere, eso sí, que Puigdemont se dé por enterado en su matrix paralelo de Bruselas. La ley del silencio, bien engrasada con subvenciones públicas, debería funcionar como hasta ahora a pesar del 155.

Desde ERC, de hecho, han ensayado la pirueta –alehop– de vincular el caso con el PP. “Millet es miembro honorífico de las Faes y amigo personal de Aznar, así que nuestro no es”, dice Rufián, a quien nunca achanta el vértigo del ridículo. Relacionar la financiación ilegal de Convergencia con el PP es una rufianada excesiva incluso para Rufián. Claro que tiene buenos motivos: ERC ha unido su suerte a Convergencia estos años de procès, pactando con los candidatos convergentes, con los que han compartido listas electorales y Govern.

Con un cinismo semejante, los Comunes han optado por exclamar ¡esto es un escándalo! con el falso estupor caricaturizado por el capitán Renault en Casablanca. Se requiere un buen cuajo para actuar como si acabaran de descubrir la verdad sobre Convergencia, a pesar de que su horizonte penal es de vértigo, y el procés tuviera mucho de huida hacia delante para tratar de escapar de ahí. A Colau no le tiembla al semblante al proclamar "Hay que evitar la impunidad para devolver a la ciudadanía la confianza en las instituciones: se necesitan responsabilidades políticas más allá de las judiciales" mientras une su suerte a ellos con el mismo cinismo que ERC.

La sentencia del Caso Palau retrata, por supuesto, un caso de corrupción sistémica en buena medida semejante a otros escándalos de corrupción de los grandes partidos institucionales españoles, PP y PSOE. Lo singular, en este caso, no es el escándalo, sino la capacidad de este para retratar el desahogo moral de quienes pretenden estar por encima de la justicia, de la ética y de la verdad, como si fuesen cuerpos incorruptos en nombre de Cataluña.

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