Columna

Frente a la extrema derecha europea

Los electores optan por proyectos extremistas para castigar a sus Gobiernos. Luego se “ideologizan” poco a poco

Marine Le Pen durante un mitin el pasado 1 de octubre.GUILLAUME SOUVANT (AFP)

Hay una correlación directa entre la profunda crisis de los partidos institucionales y el auge progresivo de la extrema derecha nacionalista y xenófoba. El electorado, las bases sociales de apoyo, van pasando de un bando a otro, no solo por su versatilidad e incoherencia, sino también, y más peligrosamente, porque los discursos de extrema derecha dan la impresión de sintetizar con simplicidad y eficacia sus aspiraciones frustradas, que se perciben desamparadas por los partidos tradicionales y desfavorecidas por las políticas sociales vigentes.

Asistimos en efecto, en casi todos los país...

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Hay una correlación directa entre la profunda crisis de los partidos institucionales y el auge progresivo de la extrema derecha nacionalista y xenófoba. El electorado, las bases sociales de apoyo, van pasando de un bando a otro, no solo por su versatilidad e incoherencia, sino también, y más peligrosamente, porque los discursos de extrema derecha dan la impresión de sintetizar con simplicidad y eficacia sus aspiraciones frustradas, que se perciben desamparadas por los partidos tradicionales y desfavorecidas por las políticas sociales vigentes.

Asistimos en efecto, en casi todos los países europeos, a una “derechización” de la retórica política, así como a la entrada, en el mercado político, de movimientos reaccionarios, portadores de visiones del mundo que hicieron derivar a Europa hacia la barbarie en los años treinta del siglo XX. Ni la memoria del horror, ni la defensa de los valores humanistas, ni los incontestables acervos propiciados a menudo por la izquierda cuando llega al poder, son rivales capaces de calmar la rabia y contrarrestar la desesperanza que empuja a millones de ciudadanos a identificarse con los proyectos extremistas de derecha. En Francia, en Alemania, en Italia, en Bélgica, en los Países Bajos, en Austria, en Reino Unido, en los países nórdicos, el proceso es siempre igual: los electores van optando por la extrema derecha sin adherirse intrínsecamente a su discurso, únicamente para castigar la política de los Gobiernos y, de elecciones en elecciones, consiguen dar estabilidad y arraigo político a su discurso. Se “ideologizan” poco a poco.

No es que este discurso se haya ganado credibilidad precisamente por las soluciones que propone (artificiosas e irrisorias); antes bien, se fortalece por dramatizar problemas sobre los que la derecha tradicional y la izquierda democrática se han quedado mudas. Más aún, la Gran Recesión de 2008, de la que no hemos salido, ha puesto en evidencia la caducidad integral de los proyectos tanto del neoliberalismo como del social-liberalismo disfrazado, a veces, de socialdemocracia. La impotencia aparece como un destino ineluctable en el mundo global, y tampoco sirven las políticas pragmáticas, “realistas”, de adaptación a la sociedad de competencia generalizada. Partes importantes de la población están sufriendo procesos de empobrecimiento, de precarización, de regresión de su estatus social, que dañan radicalmente sus proyectos de vida, sus aspiraciones, su porvenir. Culpan al mundo entero, Europa, los inmigrantes considerados como peligrosos competidores.

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La realidad, en este contexto, es que los partidos tradicionales han fracasado en tres puntos clave: no supieron analizar la globalización y sus efectos sociales; no elaboraron un discurso propio sobre la verdadera “revolución”, histórica, que significa la construcción europea, limitándose a repetir el credo envejecido de los fundadores de Europa; y han sido incapaces de pensar la cuestión de la nación en el conjunto europeo. Este último punto es, probablemente, el más grave, pues condensa, en términos identitarios, los problemas generados por los dos primeros. Mientras no se aporten respuestas civilizadoras y progresistas a estas tres cuestiones, seguirá creciendo inevitablemente la extrema derecha europea.

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