Sombras ajenas

Nos dejamos arrastrar por la corriente sin capacidad para salir de ella aunque de hacerlo dependa ser nosotros mismos y no el eco de otros

Manifestación contra los atentados yihadistas en Cataluña, el pasado sábado en Barcelona.Joan Sánchez (EL PAÍS)

Socializar conforma la esencia del ser humano. Necesitamos sentirnos parte del grupo, el que sea. Que alguien, o mejor muchos, nos digan qué bueno lo tuyo. A veces ni eso. Nos conformamos con que nos dejen estar y así alejar el miedo inquietante que produce imaginarse excluido. Si me aceptan, aquí paz y después gloria. A otra cosa.

El problema es cuando el grupo se convierte en masa acrítica que renuncia a las propias ideas y la voluntad personal se pliega sin oponer resistencia. A veces ni siquiera se trata de seguir a un líder carismático. Simplemente nos dejamos arrastrar por la corr...

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Socializar conforma la esencia del ser humano. Necesitamos sentirnos parte del grupo, el que sea. Que alguien, o mejor muchos, nos digan qué bueno lo tuyo. A veces ni eso. Nos conformamos con que nos dejen estar y así alejar el miedo inquietante que produce imaginarse excluido. Si me aceptan, aquí paz y después gloria. A otra cosa.

El problema es cuando el grupo se convierte en masa acrítica que renuncia a las propias ideas y la voluntad personal se pliega sin oponer resistencia. A veces ni siquiera se trata de seguir a un líder carismático. Simplemente nos dejamos arrastrar por la corriente sin capacidad para salir de ella aunque de hacerlo dependa ser nosotros mismos y no el eco de otros.

En las últimas semanas se han sucedido torbellinos de esos que nos convierten en sombras ajenas. Algunos son tan intrascendentes como la moda de dejarse ver en Ibiza pagando la puesta de sol con mojito en la mano a precio de diamante Taj Mahal. O la repentina pasión de toda una cohorte de famosas en busca del desnudo de escorzo más estratégico para publicitar sus vacaciones en enigmáticos marcos incomparables.

Nimiedades.

Pero en otras ocasiones se convierte en perentorio decir alto y claro esto no toca, aunque signifique convertirse en amenaza para la tranquilidad del rebaño.

No toca distinguir entre muertos catalanes y españoles. No toca enzarzarse en las redes sociales sobre si el nombre de una víctima es Pau o Pablo porque su sangre inocente no entiende de idiomas ni procedencias. No tocan pitidos y eslóganes sonrojantes hacia gobernantes democráticos, sean o no de nuestro gusto, el día en el que los únicos que se merecen una condena sin fisuras son los terroristas. No toca conseguir rentabilidad política cuando el miedo se ha adueñado de ciudadanos que paseaban tranquilos segundos antes de un ataque indiscriminado en nombre de una fe que los criminales no representan. No toca mirar hacia otro lado sin preguntar siquiera cuando el gatillo es tan certero que no deja heridos para dar respuestas.

Podemos seguir callados y alienados pero aceptados por la masa o podemos volver a ser personas y no parte de una manada hambrienta. Eso sí toca.

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