Dos castigos

Cuando se utilizan naciones extranjeras para aderezar la batallita local, suele ocurrir que uno tropieza con la incoherencia y se da de bruces con la propia estupidez

Marcha en Hong Kong por Liu Xiaobo el 15 de julio. DALE DE LA REY (AFP PHOTO)

Resultó aleccionador observar los equilibrios dialécticos de la derecha y la izquierda española para afrontar el referéndum opositor de Venezuela. Era rara su moderación en el análisis cuando no el silencio y la evasiva. ¿Por qué? Pues porque en este caso concreto, la dinámica venezolana contradecía las posiciones de unos y otros en la política nacional española. Hasta ahora, Venezuela ha sido algo así como la carta que echa en el tapete el partido en el Gobierno cuando le afrentan con sus casos de corrupción, sus ministros de fusible fundido o la carencia de acción. Cada vez que sacan a pasea...

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Resultó aleccionador observar los equilibrios dialécticos de la derecha y la izquierda española para afrontar el referéndum opositor de Venezuela. Era rara su moderación en el análisis cuando no el silencio y la evasiva. ¿Por qué? Pues porque en este caso concreto, la dinámica venezolana contradecía las posiciones de unos y otros en la política nacional española. Hasta ahora, Venezuela ha sido algo así como la carta que echa en el tapete el partido en el Gobierno cuando le afrentan con sus casos de corrupción, sus ministros de fusible fundido o la carencia de acción. Cada vez que sacan a pasear el nombre de Venezuela caen en eso que ya se considera un síndrome de incapacidad dialéctica consistente en recurrir a los nazis para enfrentarse a un rival. Sería un chiste, si no rozara colateralmente la tragedia de un país hermano, sumido en una profunda crisis. Pero suele ocurrir cuando se utilizan naciones extranjeras para aderezar la batallita local, que uno tropieza con la incoherencia y se da de bruces con la propia estupidez.

La muerte del disidente crítico Liu Xiaobo en siniestras condiciones ha vuelto a señalar esas contradicciones que han sido tan insostenibles en las últimas dos décadas. La renuncia pragmática a los valores democráticos y humanitarios, sometidos y humillados por el esplendor financiero, han ido forzando en los años pasados un nuevo discurso atolondrado, inconsecuente y sonrojante, por el cual se demanda democracia y respeto a los derechos humanos en los países pobres y precarios, pero se aplaude y se jalea toda aquella dictadura que puede resultarnos útil en las inversiones, el mercado internacional y la compra de deuda. No hace falta citar países para establecer las divisiones entre dictaduras buenas y dictaduras malas, bastaría con consultar los fondos de inversión en las Bolsas internacionales. Es la versión geopolítica de eso de las vírgenes progresistas y las vírgenes reaccionarias, aportación hispana a las posverdades místicas.

Más allá del folclore local, que nos da para 12 meses que parecen agosto de tontos y frívolos que son, la tragedia de la disidencia china es doble. Porque en lugar de armarse de fortaleza en la acogida y eco exterior, recibe el segundo castigo en el silencio y el disimulo de los principales países democráticos. Gracias al Premio Nobel de Xiaobo y a algunas valientes voces impertinentes, aún podemos distinguir esa categoría que incluye la libertad de opinión, de prensa, de elección y de circulación como valores imprescindibles que garantizan una democracia de mínimos. El resto es el obsceno dinero imponiendo el prestigio del poder.

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