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La soledad de muchos académicos ha encontrado en las redes el alivio que da el parloteo banal

El portavoz del PSOE, Óscar Puente, durante la rueda de prensa posterior a la reunión de la Comisión Ejecutiva Federal del PSOELuca Piergiovanni (EFE)

Un político, portavoz, nada menos, de la segunda fuerza política de un país accede al cargo y su primera medida es borrar 50.000 tuits. ¿Razón probable? Sospechar de sí mismo que ha incumplido una norma básica de las redes sociales: no decir allí lo que no dirías en público. (*)

Otro político, con responsabilidades de gobierno en su tiempo, que además es vicepresidente de una empresa de comunicación que asesora a Gobiernos a ambos lados del Atlántico, se lanza a las redes a anunciar a sus 46.000 seguidores que va a dejar de leer desde ya el periódico más leído en español a ambos lados d...

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Un político, portavoz, nada menos, de la segunda fuerza política de un país accede al cargo y su primera medida es borrar 50.000 tuits. ¿Razón probable? Sospechar de sí mismo que ha incumplido una norma básica de las redes sociales: no decir allí lo que no dirías en público. (*)

Otro político, con responsabilidades de gobierno en su tiempo, que además es vicepresidente de una empresa de comunicación que asesora a Gobiernos a ambos lados del Atlántico, se lanza a las redes a anunciar a sus 46.000 seguidores que va a dejar de leer desde ya el periódico más leído en español a ambos lados del Atlántico.

Y un tercero, ahora alcaldable de la capital de ese país, militar de alta graduación en sus tiempos, otrora admirado como hombre calmo y afable, se trasmuta en la Red en látigo de herejes y discrepantes para así armonizar su perfil con la hostilidad de sus nuevos seguidores.

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También está el catedrático, referente de alumnos que escuchaban manar sus lecturas y traducciones de toda la teoría política que en los tiempos ha habido, cuya cuenta de Twitter hace la crónica de la España de hoy en trazo grueso de insulto vejatorio a todo lo que tan profundamente muestra que desprecia.

No es un caso aislado: la soledad de muchos académicos ha encontrado en las redes el alivio que da compartir con los colegas el comentario irónico sobre otro colega o el parloteo banal sobre la vida personal que en tiempos se hacía al lado de la máquina de café y sin más consecuencias. Todo muy humano, pero a la vista de todos.

Borrar el pasado, anunciar que se deja de leer, pedir la censura de otros, mandar callar, fustigar a diestro y siniestro, aliviarse en público de las opiniones más personales… algún día un buen cronista escribirá un buen texto sobre cómo se frustró la esperanza de que las redes sociales nos ayudaran a estructurar una gran conversación en un gran ágora en el que todos los ciudadanos tuvieran voz. (Sí, tengo cuenta, no sé por cuánto, y me intriga si pasará el filtro de la dichosa regla). @jitorreblanca

(*) Hay una excepción a esta regla. Si eres Donald Trump funciona al revés. No digas nunca una salvajada a la cara que no dirías en Twitter.

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