Tribuna

Resurrección

Lo que le aguarda a Sánchez es lidiar con Iglesias para ganarse el voto progresista

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez.Mariscal (EFE)

La estrella del momento es Pedro Sánchez: PS. Le adoran los militantes, le miman las cámaras, le admiran los votantes y le envidian sus rivales. Todo tras vencer por mayoría absoluta en las primarias, lo que la nomenclatura socialista nunca quiso creer que pudiera pasar. Y esto ha cambiado la fortuna de Sánchez. Cuánta razón tiene Trump, al dividir el gran mercado del mundo en dos bandos de winners o losers. Pues bien, en el mercado español de la política, PS ha dejado de ser el gran perdedor para convertirse en el ganador del momento: una suerte de pequeño Macron a la españo...

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La estrella del momento es Pedro Sánchez: PS. Le adoran los militantes, le miman las cámaras, le admiran los votantes y le envidian sus rivales. Todo tras vencer por mayoría absoluta en las primarias, lo que la nomenclatura socialista nunca quiso creer que pudiera pasar. Y esto ha cambiado la fortuna de Sánchez. Cuánta razón tiene Trump, al dividir el gran mercado del mundo en dos bandos de winners o losers. Pues bien, en el mercado español de la política, PS ha dejado de ser el gran perdedor para convertirse en el ganador del momento: una suerte de pequeño Macron a la española. De ahí su aureola, su chance, su carisma, como propiciador de toda suerte de venturosas expectativas.

A toro pasado es fácil explicar los resortes de su éxito, producto de una revuelta de las bases contra la cúpula. Un motín que Sánchez supo provocar y desatar, sacándolo adelante con el auxilio inestimable del guerrismo residual (que supo aprovechar la ocasión para tomarse la revancha 30 años después contra los renovadores de Rubalcaba). Todo para no tener que comerse el marrón de investir a Rajoy, que era la humillante misión a la que había sido destinado por sus pares de la ejecutiva, lo que hubiera sentenciado para siempre su reputación de perdedor. Y para evitarlo provocó su destitución como secretario general, logrando así que fuera la gestora en funciones quien firmara la abstención, y quedase con ello deshonrada ante la militancia. A partir de ahí, tras cruzar el Rubicón en desafío a los patricios, el césar Sánchez escenificó el gran relato victimista de su propio calvario, según el modelo evangélico de la pasión y muerte del redentor, crucificado por el sanedrín pero predestinado a la resurrección.

¿Y qué cabe esperar ahora del nuevo Sánchez renacido? Lo que le aguarda es lidiar con Pablo Iglesias en disputa por ganarse la credibilidad y movilizar el voto del electorado progresista. Cuenta con cierta ventaja, pues la fama de su victoria en las primarias le ha permitido revestirse con el carisma del vencedor. Y en cambio Iglesias atraviesa sus horas más bajas, dados sus abultados errores de cálculo tanto estratégicos (tras arrinconarse en la izquierda del campo para dejarle libre el centro al PSOE) como tácticos (al reiterar parodias tan burdas como el tramabús o la moción de censura). Pero con ser eso cierto, en esta batalla de egos entre Pedro y Pablo las espadas están pese a todo en alto. Es verdad que el podemista resulta cada vez más antipático, mientras que el resurrecto ha recobrado las simpatías del público. Pero Sánchez no es comparable a Macron, un cerebro muy bien dotado para debatir en público. Mientras que, a juzgar por lo visto hasta hoy, el flamante líder socialista parece incapaz de debatir con nadie. Para seguir con el mito de la resurrección, lo que en realidad precisaría Sánchez es la gracia de Pentecostés: el don de lenguas necesario para seducir y convencer a propios y extraños. Y al no contar con el poder de convicción que se requiere, Pedro no sabrá imponerse a Pablo.

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