Columna

Instrucción 9

En mitad de la noche, siéntese en la cama y escuche cómo él respira sereno

Sombra de una mujer recortada en la pared.© GETTY IMAGES

Debe pasar muchos días silenciosa, vuelta hacia dentro como un abrigo puesto del revés, sin entender qué le sucede. Cuando en su trabajo la feliciten por el proyecto que dirige diga “gracias”, siéntase entusiasmada, conserve por un minuto la esperanza de estarlo. Después, perciba cómo el desánimo cae otra vez sobre usted como una manta húmeda. Un día dígase: “Antes era distinto”. Sienta, inmediatamente, que nunca hubo antes. Que el presente es lo que siempre ha habido y lo que siempre habrá: una manada de días iguales, usted y él en un departamento hermoso, entre muebles hermosos, paseando los...

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Debe pasar muchos días silenciosa, vuelta hacia dentro como un abrigo puesto del revés, sin entender qué le sucede. Cuando en su trabajo la feliciten por el proyecto que dirige diga “gracias”, siéntase entusiasmada, conserve por un minuto la esperanza de estarlo. Después, perciba cómo el desánimo cae otra vez sobre usted como una manta húmeda. Un día dígase: “Antes era distinto”. Sienta, inmediatamente, que nunca hubo antes. Que el presente es lo que siempre ha habido y lo que siempre habrá: una manada de días iguales, usted y él en un departamento hermoso, entre muebles hermosos, paseando los fines de semana en un auto hermoso. Cuando la asalten recuerdos dispersos —usted y él riendo en un bar, bailando—, aléjese de ellos como de cuchillos infectados. Piense: “En algún momento se va a dar cuenta, me va a preguntar qué me pasa”. Día tras día, continúe muda. Su voz, un alambre torcido, apenas servirá para decirle: “¿Cómo te fue?”. Una noche, durante la cena, intente una conversación. Apenas comience a hablar, comprenda que ni siquiera sabe qué decir. Sienta que usted misma se ha traído hasta aquí y se ha transformado en esto que es: alguien con una vida feliz perfectamente infeliz. Sienta que sus frases suenan como un berrido, la queja patética de una mujer ridícula. Él no dirá nada. Sólo alternará la vista entre el televisor y el plato. Dígale, temerosa: “¿Qué pensás?”. Él va a mirarla como si lo estuviera importunando, y usted verá en sus ojos un desprecio agusanado y antiguo. Sienta ganas de correr. Más tarde, tome una pastilla para dormir. No duerma. En mitad de la noche, siéntese en la cama y escuche cómo él respira sereno. Cuando piense: “Lo aborrezco”, no sienta culpa sino pánico. Como si hubiera pensado lo único que no podía pensar. Como si hubiera decapitado el último soplo de vida de un pájaro enfermo.

 

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