El votante irracional

Resolver en la estupidez del votante las victorias electorales inesperadas es una forma de pereza intelectual

Pedro Sánchez votando el pasado domingo en la Agrupación de Pozuelo. Alvaro García

Los votantes no están locos. Esta frase parece actual, pero pertenece a un libro clásico de ciencia política que tiene más de cincuenta años. En él se pretende ofrecer una visión del electorado algo más optimista que la que mostraban los primeros estudios de opinión pública, cuyos hallazgos dejaron al descubierto el bajo nivel de información política de los votantes.

Las referencias a la irracionalidad de los electores en el contexto vigente poco tienen que ver con ese viejo debate académico y mucho con la contrariedad que han generado las sorpresas electorales de los últimos tiempos, c...

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Los votantes no están locos. Esta frase parece actual, pero pertenece a un libro clásico de ciencia política que tiene más de cincuenta años. En él se pretende ofrecer una visión del electorado algo más optimista que la que mostraban los primeros estudios de opinión pública, cuyos hallazgos dejaron al descubierto el bajo nivel de información política de los votantes.

Las referencias a la irracionalidad de los electores en el contexto vigente poco tienen que ver con ese viejo debate académico y mucho con la contrariedad que han generado las sorpresas electorales de los últimos tiempos, como Trump o el ascenso del populismo en Europa. El triunfo inesperado de Pedro Sánchez en las primarias socialistas ha devuelto al debate las alusiones a la sinrazón o confusión de los votantes.

Sin datos de encuesta sobre militantes resulta difícil determinar hasta qué punto el apoyo a Sánchez se sostiene sobre las emociones, la revancha o el castigo. Pero para explicar su victoria quizás bastaría con asumir que una parte importante de la militancia ha sido racionalmente coherente con el objetivo de ganar las elecciones. Así, aquella habría optado por el candidato que los datos de encuesta mostraban como favorito entre los votantes socialistas y con mayor capacidad para atraer a quienes se fugaron a Podemos.

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El desfase entre la distribución de avales y votos recibidos por Susana Díaz también puede responder a un comportamiento racional. Como los avales eran públicos, los militantes más próximos al poder orgánico seguramente tuvieron pocos incentivos para revelar preferencias distintas a las del aparato. Que el voto fuera secreto deshizo después los efectos de la deseabilidad orgánica.

Resolver en la sinrazón del votante las victorias electorales inesperadas que cunden en Europa ofrece una explicación insuficiente, que de poco sirve para responder a los interrogantes que suscitan. La condescendencia hacia el votante es el sustrato ideal para un discurso populista que se disponga a resarcir el orgullo herido de los electores enarbolando como eslogan el “porque yo no soy tonto” de la política. @sandraleon_

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