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Las 10 mejores películas de Johnny Depp

Indómito y valiente, el actor ha firmado excelentes trabajos. Estos son los mejores. Al final está el número uno

Johnny Depp se convirtió en un ídolo de quinceañeras y su tupé forró portadas gracias a este papel que le dio el cineasta más grotesco del Hollywood actual, John Waters. El talento de Wade 'El Lágrima' Walker para dejar caer una sola lágrima por un ojo vuelve locas a las chicas, tanto a las animadoras como a las empollonas y a las marginadas. Exactamente igual que Johnny Depp. Nunca queda claro si 'Cry-Baby' es una sátira sobre la clase media o una reivindicación de su encanto vulgar, pero, en cualquier caso, resulta imposible dejar de mirar a Johnny Depp en esta película. Algo está pasando por su cabeza, aunque nunca queda claro el qué. Casi tres décadas después, seguimos intentando averiguarlo.Cordon
Nadie ha deseado con semejante lujuria a una navaja de afeitar. Para entender por qué Tim Burton ha colaborado con Depp en siete películas, basta con ver el trabajo de otros actores a las órdenes del director: todos entienden el artificio y los colorines, pero ninguno captura las emociones macabras y tiernas como consigue hacerlo Johnny Depp. Este musical sobre un barbero asesino supone la cima de la alianza Burton-Depp, justo antes de que todo fuera cuesta abajo para los dos. Transmiten cómo, en la cabeza de 'Sweeney Todd', su sensual placer ante la violencia tiene sentido. Tanto, que mira al resto de los seres humanos con indiferencia y/o repulsión. Sólo Depp podría haber conseguido que este animal resultase épico, fascinante e incluso conmovedor. Y sólo Burton contaría los crímenes de un asesino en serie como si fueran un cuento de hadas.
Ver a Johnny Depp haciendo de persona normal (o todo lo normal que puede ser el autor J. M. Barrie, creador de Peter Pan y acusado de pedofilia) resulta inquietante porque el espectador instintivamente está esperando que perpetre alguna atrocidad. No sucede. Al contrario, Depp desprende una actitud untada de mermelada de "dejad que los niños se acerquen a mí", y protagoniza una entrañable escena en la que le indica al chaval de la película que su niño interior acaba de abandonar su cuerpo, y que ahora es un hombre. Justo en ese momento, el Johnny Depp macarra, excéntrico y anti-Hollywood también desaparece. Cuando Kate Winslet le cuenta los rumores que corren en torno a su amistad con los niños, Barrie responde, asqueado: "¿Cómo pueden pensar eso de mí?". Y el espectador tiene ganas de responder: "Pues porque lo interpreta Johnny Depp".
"Hasta en papeles serios se maquilla". Esta fue la reacción colectiva del público ante el primer drama adulto de Depp en once años. Esta transformación era obligatoria. El mafioso James 'Whitey' Bulger se caracteriza por dos rasgos de los que Depp carece: elegancia y un físico ario. Por otra parte, su cara resulta demasiado familiar (para bien y para mal) entre el gran público. El verdadero reto era que los espectadores dejaran de ver a Johnny Depp. El actor lo consiguió transmitiendo una mirada muerta y deshumanizada que no dependía de las lentillas, sino de su interpretación. En 'Black Mass' (dirigida por Scott Cooper) nos reencontramos con aquel Depp sin miedo, con ese actor salvaje al que le estorbaba la fama y que no tenía reparos en adentrarse en la moral americana, rescatar sus demonios y sacarlos a pasear. Sin importarle las consecuencias. Eso, las consecuencias, es lo que lleva una década amenazando su carrera.
Una prostituta travestida y un policía desalmado. ¿Por qué contratar a dos actores cuando Johnny Depp puede sacarte adelante los dos personajes? Reinaldo Arenas (Javier Bardem) va perdiendo la cabeza y ya no sabe qué criaturas salen de un sueño (Bon Bon) y cuáles son fruto de sus pesadillas (el teniente Víctor), en una espiral de perdición en la que el sexo y la violencia también se confunden. Pocas estrellas con el estatus de Johnny Depp se habrían entregado así a una película (dirigida por Julian Schnabel) que, si hubiera salido mal, habría salido muy mal. Pero Depp, por aquel entonces, hacía con su cuerpo lo que le daba la gana. Como cantaba Bob Dylan, "si no tienes nada, no tienes nada que perder", y Depp se arrastraba por Hollywood como un marginado sin hogar, sin patria y sin escrúpulos. Luego se compró una mansión, y el resto es historia.
En aquella época (la película, dirigida por Terry Gilliam, es de 1999), Depp no parecía interpretar pensando en el cheque que iba a cobrar, sino pensando en que podría morir al día siguiente. Su personaje es un copiloto que ha cruzado el puente del antiheroísmo, se ha fumado un 'nevadito' y ha prendido fuego al puente después. Un tipo junto al cual la única garantía es que cualquier cosa puede pasar, probablemente ninguna buena. Pero, lejos de resultar terrorífico, dan ganas de correrse una juerga con él. Era 1999 y Hollywood trataba a Depp como a un colega que se avergüenza de tener, pero al que siempre llama si quiere ir de juerga. Mientras el cine comercial se acomodaba en el sofá de la predictibilidad, el cine marginal empujaba al arte desde las cloacas. Y Depp siempre estaba ahí, sonriendo, cada vez que Hollywood levantaba la alcantarilla.
¿Dientes postizos? ¿Una peluca rubia y un delicioso jersey de ángora? ¿Humillaciones constantes? Johnny Depp, dirigido otra vez por Tim Burton, podía con todo. Su interpretación del considerado "peor director de la historia del cine" parte de la base de que esa condecoración siempre será más hermosa que no ser considerado en absoluto. Depp humaniza a Ed Wood, convirtiéndole en una mezcla de científico loco, artista implacable y cervatillo herido que no deja de caminar por muchas veces que le atropellen. Habla como un hombre que habla como un personaje del Hollywood de los años 40, y transmite un entusiasmo entrañable que, al acabar la película, lograba dignificar a Ed Wood y casi hasta darnos ganas de ver sus películas. Casi.Cordon
"¿Está borracho o es marica?", exclamó el presidente de Disney (la productora de la película) cuando vio las primeras escenas, convencido de que Depp arruinaría la superproducción. La respuesta del actor, "o confías en mí o me echas a patadas", condensó el espíritu de Jack Sparrow. Un bufón que no se hace el listo, sino que es listo, y que se lo pasa mejor que nadie porque sabe que el puesto de héroe de almidón ya está cubierto por Orlando Bloom. Depp le robó la película (dirigida por Gore Verbinski), a la por entonces estrella de moda delante de sus narices, y lo hizo desplegando un talento que siempre había tenido, pero que nunca antes había resultado comercial: su capacidad para generar química sin esforzarse con todos y cada uno de sus compañeros. Depp quedaría atrapado para siempre en su propia parodia, pero Jack Sparrow sigue consiguiendo que niños, padres y abuelos sonrían sin parar durante un par de horas. No es sólo un personaje carismático, es una nueva forma de interpretar. Y la inventó Johnny Depp.
Érase una vez un Hollywood en el que los héroes tenían la cara y las respuestas vacilonas de Bruce Willis o Harrison Ford. Y, de repente, llegó una criatura sacada de las pesadillas infantiles, pálido, con ojeras y peinado como si hubiera dormido en una lavadora, con enormes tijeras en lugar de manos. Y así fue como el cine comercial empezó a contar la historia de los raros. Los ojos de Depp miran con un amor que no existe en el mundo real, con una mezcla de entusiasmo e inocencia. La sociedad obliga a Edward a abrir una peluquería, a dormir en una cama de agua, a pedir un préstamo y a salir en la tele. En la vida real, Depp y Tim Burton, el director, le acabarían cogiendo el gusto al dinero y, por tanto, renunciando a aquella ingenuidad de sus inicios. Pero antes de caer en la autoparodia, antes de sacrificar su rareza para ser aceptados por la masa, 'Eduardo Manostijeras' reivindicó la belleza de los monstruos. Edward siempre será especial. Y Johnny Depp, a pesar de todo, también será siempre especial. Al menos en la pantalla de cine.