Perplejidad

Desde el asombro sin límites se desarrolla el pensamiento científico; al final, tendremos que estar agradecidos a los corruptos

Francisco Marhuenda atiende a los periodistas tras declarar como investigado ante el juez de la Audiencia Nacional. Luca Piergiovanni (EFE)

Lo escribía en este periódico Berna González Harbour hablando de la “zorra” de Marhuenda y de las bolsas llenas de toallas playeras que el expresidente de la Comunidad de Madrid Ignacio González y su hombre de confianza en el Canal de Isabel II portaban en un viaje a Colombia y de las imaginativas justificaciones que han dado al juez y a los periodistas sobre ellas: que no decaiga el ánimo, nos queda la perplejidad y esa nadie va a quitárnosla.

Define el diccionario de la RAE perplejidad como “irresolución,...

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Lo escribía en este periódico Berna González Harbour hablando de la “zorra” de Marhuenda y de las bolsas llenas de toallas playeras que el expresidente de la Comunidad de Madrid Ignacio González y su hombre de confianza en el Canal de Isabel II portaban en un viaje a Colombia y de las imaginativas justificaciones que han dado al juez y a los periodistas sobre ellas: que no decaiga el ánimo, nos queda la perplejidad y esa nadie va a quitárnosla.

Define el diccionario de la RAE perplejidad como “irresolución, confusión, duda de lo que se debe hacer en algo”, haciendo derivar el término del latín perplexus, que vendría a significar “cosa ambigua, dudosa, oscura y embrollada”. De la perplejidad afirmó Confucio que no es propia de hombres sabios, pero el filósofo francés Edgar Morin, autor de obras como La inteligencia de la complejidad, sostiene que es buena para la elucidación científica. Así que no nos preocupemos mucho por ella. La perplejidad que los españoles sentimos ante el afloramiento continuo de casos de corrupción en nuestro país y, más que ante ese afloramiento, ante el descaro con el que los descubiertos encaran su enjuiciamiento acudiendo, primero, a la negación y, cuando esta es imposible ya a la vista de las pruebas, a las más pintorescas explicaciones (el suegro de uno de ellos al que le descubrieron un millón de euros en un armario del dormitorio matrimonial llegó a culpar de haberlo dejado allí a los empleados de una empresa sueca que habrían estado haciendo trabajos en él), en lugar de deprimirnos, quizá nos sirva para avanzar en campos de la ciencia, en la que tan retrasados solemos ir siempre respecto a Europa. Solo desde el estupor, desde el asombro sin límites y el desconcierto ante una realidad “ambigua, dudosa, oscura y embarullada” podremos desarrollar nuestro pensamiento científico, que es lo que seguramente pretenden nuestros corruptos con sus acciones. No, si al final vamos a tener que estarles agradecidos por ellas y condecorarlos en vez de juzgarlos.

Nos queda la perplejidad y esa nadie podrá quitárnosla decía Berna González Harbour en su diatriba contra Marhuenda, González y compañía, pero yo no lo tengo tan claro. Como se enteren de que la perplejidad no es mala, al revés, de que puede servir para avanzar en el desarrollo de investigaciones científicas que, de terminar con éxito, darán dinero a quien las realice, nuestros corruptos nacionales, cuya voracidad no conoce límites como continuamente nos demuestran, comenzarán a interesarse también por ella. O sea, acabarán por robarnos hasta la perplejidad. Al tiempo.

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