Columna

Gobernar, mejor que ser gobernado

Theresa May quiere dirigir el ‘Brexit’ y no ser dirigida por el ‘Brexit’ como hasta ahora

Theresa May.Dan Kitwood (Getty Images)

Por sorpresa. Con sus rivales desprevenidos, dentro y fuera del partido. En contradicción con sus propias promesas y declaraciones. Así ha perpetrado el golpe la primera ministra, Theresa May.

El mandato del referéndum era inconcreto, insuficiente y ajeno. Servía para solicitar el divorcio y luego negociarlo, pero sin concretar ni qué era exactamente el Brexit ni cómo había que negociar. May, que inicialmente no lo quería, quedó enteramente al cargo ante la estampida de los auténticos dirigentes de la campaña para el referéndum, unos vencedores irresponsables e incapaces de ges...

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Por sorpresa. Con sus rivales desprevenidos, dentro y fuera del partido. En contradicción con sus propias promesas y declaraciones. Así ha perpetrado el golpe la primera ministra, Theresa May.

El mandato del referéndum era inconcreto, insuficiente y ajeno. Servía para solicitar el divorcio y luego negociarlo, pero sin concretar ni qué era exactamente el Brexit ni cómo había que negociar. May, que inicialmente no lo quería, quedó enteramente al cargo ante la estampida de los auténticos dirigentes de la campaña para el referéndum, unos vencedores irresponsables e incapaces de gestionar el voto que habían pedido. Así es como se encontró con un mandato que no le pertenecía, fruto de una decisión que tampoco era suya —la de convocar el referéndum— y sin orden suficiente en sus propias filas para negociar con seguridad y con fuerza.

May tiene mucho que ganar y casi nada que perder en unas elecciones anticipadas. Va a ampliar su estrecha mayoría conservadora. Por más escaños que ganen los liberal-demócratas, los únicos que combatirán al Brexit en la campaña, serán más los que perderán los laboristas, el UKIP e incluso los nacionalistas escoceses. Obtendrá por tanto una mayoría más sólida y coherente. Habiendo prometido negociar lo más —el Brexit duro— algún margen extraerá para conseguir un buen acuerdo con Bruselas y, sobre todo, el acuerdo interino que funcione a partir de 2019 mientras se negocia la relación definitiva de Reino Unido con la UE. Con el adelanto, la fecha electoral de 2020 ya no gravitará como una losa sobre los dos años de plazo para negociar el Brexit y tendrá dos años más, hasta 2022, para ese acuerdo definitivo.

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El UKIP, los brexiters radicales de su partido, el nacionalismo escocés y sobre todo los laboristas son los que tienen más que perder en el envite. El jefe de la oposición, Jeremy Corbyn, sale derecho al matadero. May contaba con su inestimable ayuda para este adelanto y por eso no quiso esperar a las elecciones locales del 4 de mayo en las que el laborismo se puede pegar otro trastazo. No era cuestión de facilitar un relevo urgente en su liderazgo. Si el laborismo pierde 50 escaños como adelantan las encuestas, sus militantes ya pasarán entonces a cuchillo a su jefe derrotado.

May busca un mandato propio para dirigir personalmente la negociación del Brexit con la UE. Incluso con un Brexit duro como el que se barrunta, necesitan márgenes para hacer concesiones: sobre la factura de la separación (60.000 millones de euros) y sobre el acuerdo transitorio, que puede incluir el mantenimiento de Reino Unido bajo la jurisdicción maldita del Tribunal de Luxemburgo.

Esta disolución con sorpresa y alevosía merece y ha conseguido ya muchos calificativos. Pero su mayor defecto democrático es una virtud encomiable para su autora, que quiere todo el poder para sí, sin oposición seria ni en el Parlamento ni en el partido. May quiere dirigir el Brexit, no que el Brexit la dirija a ella como hasta ahora.

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