Columna

‘Pelumaquis’

Lo que los periodistas presenciamos raramente, acontece a diario en los cuartos de peluquería y maquillaje

Una mujer espera a que la atiendan en una peluquería. Samuel Sánchez

Alguna vez, privilegios del oficio, he asistido a algún prodigio. No hablo de citas históricas, hallazgos científicos o catástrofes naturales y humanas, sino de fenómenos más raros, más preciosos, más insólitos. Sucede poco, pero cuando pasa sabes que estás siendo testigo de un portento. Ocurre cuando un personaje, un completo desconocido en esencia, baja la guardia y te deja vislumbrar sus partes más pudendas, y no hablo de las que estáis pensando, sino de lo que los neurólogos llaman sinapsis y el resto, sentimientos. Pues bien, ese milagro que los periodistas presenciamos raramente acontece...

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Alguna vez, privilegios del oficio, he asistido a algún prodigio. No hablo de citas históricas, hallazgos científicos o catástrofes naturales y humanas, sino de fenómenos más raros, más preciosos, más insólitos. Sucede poco, pero cuando pasa sabes que estás siendo testigo de un portento. Ocurre cuando un personaje, un completo desconocido en esencia, baja la guardia y te deja vislumbrar sus partes más pudendas, y no hablo de las que estáis pensando, sino de lo que los neurólogos llaman sinapsis y el resto, sentimientos. Pues bien, ese milagro que los periodistas presenciamos raramente acontece a diario en los cuartos de peluquería y maquillaje.

Celebridades de todo pelaje ofrecen su rostro a otro. Con las ojeras de las noches y los días, los surcos de las risas y las lágrimas, las cicatrices de la cirugía, los zarpazos de la vida. Con todas sus inseguridades, complejos y carencias. Cierran los ojos y hablan. De los hijos, de los padres, de los novios, de los ex, de las frustraciones, de los anhelos. De cosas que solo se hablan con los amigos, y no siempre, porque bastante tiene cada uno con lo suyo. Se necesita un abandono que solo da la confianza extrema o el extremo desconocimiento del otro para hablar de esa manera. Se precisa una intimidad que solo da el contacto de piel con piel y aliento con aliento, aunque sea pagando. Si las pelumaquis hablaran, se acabarían dos oficios. El suyo y el nuestro. El suyo, porque se rompería ese hechizo de dedos con poros. El nuestro, porque nos tumbarían a exclusivas. Ellas sí ven visiones en directo. Paloma Gómez Borrero fue el 8 de marzo a trabajar al programa Amigas y conocidas, de Televisión Española. Una maquilladora le vio amarillo el blanco de sus ojos verdes y la convenció para ir al médico. Salió diez días después rumbo al tanatorio. Había que ver a la augur a su pesar llorar a lágrima viva. Quizá no fueran amigas. Pero sí intimísimas.

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