Columna

Hospital

Hubo un tiempo en que lo hice: un tiempo en que fui más potente que los médicos potentes

Instalaciones de urgencias del Hospital Universitario de Bellvitge.GIANLUCA BATTISTA

Es muy temprano. Camino por los pasillos calcificados de luz, llenos de dolor. Hay carteles que indican Traumatología, Oncología, Hemodiálisis. Médicos con estetoscopios como tripas enroscadas al cuello miran al frente como si el porvenir fuera un podio. Hay sillas de ruedas, bastones. Veo a los familiares que esperan mientras, en los quirófanos, sus queridos se desmembran bajo los bisturíes que los salvan, o intentan llegar al otro lado del túnel de las infecciones. Busco una habitación: la 2012. La encuentro, pero me quedo mirando un patio interno. Llueve. Al otro lado del patio hay un cuart...

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Es muy temprano. Camino por los pasillos calcificados de luz, llenos de dolor. Hay carteles que indican Traumatología, Oncología, Hemodiálisis. Médicos con estetoscopios como tripas enroscadas al cuello miran al frente como si el porvenir fuera un podio. Hay sillas de ruedas, bastones. Veo a los familiares que esperan mientras, en los quirófanos, sus queridos se desmembran bajo los bisturíes que los salvan, o intentan llegar al otro lado del túnel de las infecciones. Busco una habitación: la 2012. La encuentro, pero me quedo mirando un patio interno. Llueve. Al otro lado del patio hay un cuarto. Por la ventana se ve a una mujer en una cama, rodeada de otras mujeres. Toman té, se ríen. Una de ellas ha dejado sobre el respaldo de su silla un saco rojo de lana. Algo dentro de mí dice: “Ese es el cobijo que no tendrás”. La idea me sobresalta (no debería haberla escrito). Cuando era chica les pedí a mis padres que, al morir, me pusieran en una parihuela sobre el limonero del patio de casa para que me comieran los pájaros. No me dijeron “No vas a morir”. Me dijeron que eso no se podía hacer porque los pájaros demorarían y habría olor. “Quién puso en mí esa misa a la que nunca llego”, escribió el poeta argentino Héctor Viel Temperley. Pienso en mi tribu. Cuántos de nosotros vendremos a este lugar buscando la superstición del antibiótico, la destreza de la radiografía, y saldremos muertos. Ya no camino tan altiva por aquí. Hubo un tiempo en que lo hice: un tiempo en que fui más potente que los médicos potentes. Ahora solo veo una máquina de enmascarar la muerte (pero quizás es mi imaginación, esa forma atroz del infortunio). Abro la puerta del cuarto 2012. Y lo veo. La soberbia no muere por el paso del tiempo. Muere cuando ves aquí, en este sitio, a quien fue tu par, tu compañero, tu pequeño amor durante los —pocos— años en los que fuiste inocente.

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