Sentir los colores

Cuando hay que protestar, boicotear e indignarse, los patriotas lo hacen por España, nunca por los españoles

El realizador Fernando Trueba.Javier Cebollada (EFE)

La sacralización de España como entidad sentimental, una suerte de sujeto ideológico al que adherirse de corazón para que sean homologadas las virtudes de sus ciudadanos, debería incluirse en la reforma de la Constitución. Para que no tenga una redacción tan espesa, la anterior disposición podría resumirse así: “Quien no se sienta español no vale para nada”. De este modo nos ahorraríamos, por la vía del Tribunal Constitucional, el llanto lastimero de los porteros de la patria cuando comprueban que tienen dentro a indeseables como Fernando Trueba: la misma cara que los porteros de un a...

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La sacralización de España como entidad sentimental, una suerte de sujeto ideológico al que adherirse de corazón para que sean homologadas las virtudes de sus ciudadanos, debería incluirse en la reforma de la Constitución. Para que no tenga una redacción tan espesa, la anterior disposición podría resumirse así: “Quien no se sienta español no vale para nada”. De este modo nos ahorraríamos, por la vía del Tribunal Constitucional, el llanto lastimero de los porteros de la patria cuando comprueban que tienen dentro a indeseables como Fernando Trueba: la misma cara que los porteros de un after cuando ven que en la barra un cliente está pidiendo agua.

Hace meses Trueba dijo algo muy impactante en el escenario adecuado: la entrega de un premio nacional. No se había sentido “nunca” español, ni “cinco minutos” de su vida. La frase tenía de escándalo la duración: quien se haya sentido cinco minutos español sabe de la importancia de sentirse rápidamente otra cosa. En cualquier caso había de mucho de su humor vitriólico y de su provocación, a la que fueron derechos los que desenfundan la patria cuando escuchan la palabra cultura. A Trueba no le bastaba con ser lo que no pudo elegir, como el sexo: tenía que sentirlo de forma correcta para no ofender a nadie. Es precisamente ese derecho a la ofensa que se arroga tanta gente lo que deposita la patria en su lugar correcto, donde descansan habitualmente los nacionalismos: la religión. O sea la fe, en Dios o en la bandera, los dos lugares sobre los que se construye siempre una convivencia peor.

Se trata de una polémica recurrente que delata una educación de riesgo: cuando alguien expresa una opinión que no le gusta, decide no consumir sus productos culturales, anima a los demás a boicotearlos y, al final de una peligrosa senda de autodestrucción, dedica su tiempo libre a predicar que no se lea, que no se vea cine y que no se escuche música.

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—¿Por qué?

—El autor no siente los colores.

El boicot a Fernando Trueba, y a todos los que le antecedieron, no tiene por objetivo su película, que los boicoteadores no la iban a ver por cuestiones aún mayores que su patriotismo. Lo que se boicotea siempre es la libertad de expresión, empezando por la primera de todas, que es una de las razones que permiten estar orgulloso de un país: meterse con él sin consecuencias. Hay algo más que tiene que ver con una forma compacta e inofensiva de entender la realidad para no transformarla nunca. Cuando hay que protestar, boicotear e indignarse, los patriotas lo hacen por España, nunca por los españoles.

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