Rayos

El amor dura todo lo que dure el principio

El escritor Miqui Otero.ELENA BLANCO/FERIA DEL LIBRO

Una de las cosas que más me gustan de la nueva novela de Miqui Otero, Rayos  (Blackie Books, 2016), es la relación del protagonista, Fidel Centella, con las mujeres, sobre todo cuando empiezan porque creo que Fidel aprende una lección tremenda: el amor dura todo lo que dure el principio, y en realidad eso es lo que más me gusta del libro de Miqui y lo que más me gusta de la vida. También, del libro, que haya un eco de Últimas tardes con Teresa,aunque leo ahora en El Mundo que Fidel siente fascinación por la novia rica, Diana, mientras que lo de Pijoaparte por Teresa es rabia....

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Una de las cosas que más me gustan de la nueva novela de Miqui Otero, Rayos  (Blackie Books, 2016), es la relación del protagonista, Fidel Centella, con las mujeres, sobre todo cuando empiezan porque creo que Fidel aprende una lección tremenda: el amor dura todo lo que dure el principio, y en realidad eso es lo que más me gusta del libro de Miqui y lo que más me gusta de la vida. También, del libro, que haya un eco de Últimas tardes con Teresa,aunque leo ahora en El Mundo que Fidel siente fascinación por la novia rica, Diana, mientras que lo de Pijoaparte por Teresa es rabia.

El protagonista suele quedar con dos chicas, Bárbara y Diana. Diana es chica de familia bien y Fidel va a sus citas con ella como iba yo cuando una pija que me gustaba un montón me citaba en restaurantes caros; en vez de ponerme a elegir ropa echaba el tiempo viendo tutoriales en Youtube de cómo coger la pala del pescado, y al final levantaba la lubina como Carolina de Mónaco, si bien en semichándal.

Esas páginas en las que Fidel y Diana se van descubriendo, diciendo de dónde son y de dónde vienen, qué les gusta y si comen de todo, son las que acercan el amor a aquello que dijo Casciari de las mujeres de su vida, de las que después de dos años con ellas descubre que saben tocar la guitarra. Y si saben tocar la guitarra y llevas dos años sin saberlo, qué no podrá pasar después. A mí me pasó algo mejor que a Casciari; después de dos años con ella me enteré de que sabía hacer licor café.

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Ese chico fascinado, Fidel Centella, es el mismo que persigue en la borrachera alocada a su Bárbara, la mujer del probador de lencería que no toma drogas “pero sí píldora”, y que le enviaba notitas al pupitre en el colegio que cambió, con los años, por llamadas perdidas cuando Fidel hace el ridículo. Y aunque la novela no hable tanto de ellas como de sus amigos, y de su relación con Galicia como emigrante que al volver tiene que matar un pollo para que le convaliden la hombría (“un home é un home e non unha galiña”), y de una inquietud social, reconocible, del Centella al que su amigo afilador deja en herencia el cifre y la moto para que silbe, “porque si no las usas las cosas se estropean”, a mí me gustan especialmente esas páginas porque sé que de alguna manera hay una generación, la nuestra, que está en todas las palabras. Imaginando de nuevo la vida que vivimos, haciendo una literatura buenísima, como la de Miqui, con ella. Fingiéndonos jóvenes sin necesidad de acabar de crecer.

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