La herencia ranchera de El Potrillo Pop

El último gran cantante folclórico mexicano Vicente Fernández dice adiós. Su hijo Alejandro toma el relevo

Vicente Fernández y Alenjandro en el concierto de despedida.F.Aceves (EFE)

Un mariachi o es guapo o es macho. Así lo señalaba siempre el último de ellos, Vicente Fernández. Por debajo de su sombrero de charro de pelo de liebre, sus largas patillas y bigote negro, a sus 76 años, asomaba siempre una barriguita parrandera. Nunca se pareció a su ídolo, Pedro Infante: de cintura minúscula y estilizada. La esencia de la seducción que Chente supo explotar procedía de su concepto de virilidad. ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Un mariachi o es guapo o es macho. Así lo señalaba siempre el último de ellos, Vicente Fernández. Por debajo de su sombrero de charro de pelo de liebre, sus largas patillas y bigote negro, a sus 76 años, asomaba siempre una barriguita parrandera. Nunca se pareció a su ídolo, Pedro Infante: de cintura minúscula y estilizada. La esencia de la seducción que Chente supo explotar procedía de su concepto de virilidad. Su hijo, Alejandro, de 44 años, es la versión pop de los charros de hoy. Se enfunda en el traje típico, como su padre, pero las canitas a lo Richard Gere, su sonrisa de mujeriego y su atractivo natural delatan que las rancheras atraviesan otra época. Ahora toma el relevo del último gran cantante de música folclórica mexicana, que se acaba de despedir de las tablas para siempre, y muchos sospechan que la segunda versión no se parece en nada a la primera.

Vicente Fernández, durante una actuación en el Rose Garden de Portland (Estados Unidos), en 2007.Getty Images

“Cuando, en los mejores años de Vicente, uno acudía a sus conciertos se iba a casa con la sensación de haberse pegado una borrachera con él”, cuenta Gilberto Barrera, un veterano periodista que ha seguido de cerca la carrera de ambos. Y añade: “Con su hijo no ocurre lo mismo. Se ha convertido más en una estrella”. Alejandro ha cantado con Cristina Aguilera y Beyoncé, entre otros muchos.

Vicente sube armado al escenario. Cuando se cansa, se sienta y se bebe una botella completa de coñac. Los espectadores le gritan: “¡Ay, ay, ay!”. Las rancheras siempre se han relacionado con el ambiente de madrugada, a Bébete esta botella conmigo, al estilo Jalisco (por el tequila), a sufrir Por tu maldito amor y a llorar con el alma hecha pedazos. El éxito de la última leyenda viva de la música folcórica mexicana radicó siempre en que cualquiera podía identificarse con él.

Suenan los violines. Entran las palmas. Alejandro, conocido como El Potrillo, ensancha sus orificios nasales y sonríe con todos los dientes. No importa que vaya a entonar: “¡Quiero que se oiga mi llanto!”. Mucho más distante y frío que su padre con el público, sus seguidores lo ven como un auténtico artículo de lujo. Llena plazas y recintos en México, pero también fuera del país. En Las Vegas le arrebató las tablas al mismísimo Luis Miguel. Mientras Vicente se bastaba con un conjunto de mariachis, El Potrillo supo desde sus inicios que si quería triunfar debía superar el gran espectáculo que daba Luismi con su famosa La Bikina.

El Potrillo sabía también que no podía llegar muy lejos solo cantando música ranchera. En España se dio a conocer en 2004 con su famosa Canta corazón, un sencillo pop azucarado a prueba de éxitos radiofónicos. Y llenó el Palacio de los Deportes de Madrid con una coletilla baja y repeinada, ataviado con camisa vaquera desabrochada hasta el pecho. En un golpe de vestuario, pasó de ranchero a latin lover. Algo que nunca le gustó a su conservador padre, según cuenta Barrera.

Vicente Fernández y, a la izquierda, su hijo Alejandro con su estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood en 2005.Getty Images

“Mientras ustedes no dejen de aplaudir, su Chente no deja de cantar”. Esa frase, pronunciada por Vicente en un concierto en sus inicios cuando los organizadores querían bajarlo del escenario, se convirtió en un grito de guerra. Con él, además, su público sabía que no pagaría cantidades desorbitadas de dinero por verlo, porque el artista se encargaba de negociar ese punto con el recinto. Así fue en su último concierto el pasado sábado: unas 85.000 personas acudieron a despedirse del charro en un evento gratuito en el emblemático Estadio Azteca. Puede que en lo que más se asemejen sea en su fama de mujeriegos.

Chente se ha enfrentado a un cáncer y a varias cirugías. Pero siempre ha hecho famoso el dicho: “Lo difícil en esta vida es nacer. ¿Morir? A todos nos va a llevar la chingada”. El Potrillo toma el relevo de la leyenda de su padre y no está claro si el traje ajustado de charro podrá combinar con su pecho de mirrey mexicano. Las rancheras a lo Fernández se enfrentan a la era pop.

Sobre la firma

Archivado En