Hollywood y el cuento de nunca acabar

El cine se llena de hechos reales, sagas interminables y versiones de éxitos pasados ¿Dónde está la creatividad?

Escena de El libro de la Selva.EL PAÍS

Los principales consumidores de cine son los adolescentes y los veinteañeros. La regla de oro se mantiene por todo el mundo excepto en países como Francia (donde acuden a las salas gente de todas las edades) o España (la piratería desnivela cualquier estadística... pero es otra historia). Y Hollywood, desde hace ya décadas una industria sin interés artístico en su producción, al menos en lo referente a las majors (grandes estudios), sabe que si cada cinco años una nueva generación llega a las salas, puede colarles un remakecomo algo nuevo.

Si uno observa la taquilla de...

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Los principales consumidores de cine son los adolescentes y los veinteañeros. La regla de oro se mantiene por todo el mundo excepto en países como Francia (donde acuden a las salas gente de todas las edades) o España (la piratería desnivela cualquier estadística... pero es otra historia). Y Hollywood, desde hace ya décadas una industria sin interés artístico en su producción, al menos en lo referente a las majors (grandes estudios), sabe que si cada cinco años una nueva generación llega a las salas, puede colarles un remakecomo algo nuevo.

Si uno observa la taquilla de este pasado fin de semana, verá que casi la mitad de los espectadores fueron a ver en España El libro de la selva, versión siglo XXI —con recreación de animales por ordenador— no del clásico de Rudyard Kipling sino de la película de dibujos animados de Disney. Otro de los filmes más vistos fue Las crónicas de Blancanieves: el cazador y la reina del hielo, segunda parte de una de las dos Blancanieves que se estrenaron en 2012. Lógico: los cuentos populares están libres de derechos de autor y ya llevan el marketing incorporado (los conoce todo el mundo). No son los ejemplos más clamorosos: para eso solo hay que recordar a Peter Jackson y su alargamiento-chicle de la obra de J. R. R. Tolkien o el caso Spider-Man: desde 2002 y contando la que se estrenará el año que viene se han rodado seis películas sobre el superhéroe al que ya han encarnado tres actores.

En el fondo late la deriva impulsada por la falta de ideas. O por la no apuesta por lo diferente. En los últimos Oscar, las ocho finalistas a mejor película se dividían en basadas en hechos reales (cuatro), adaptaciones de libros (cuatro, y aquí entra La gran apuesta, que también suma en “hechos reales”) y continuación de una saga: Mad Max: Furia en la carretera. Guion original, lo que se dice original, no era el de ninguna de ellas. En aquella ceremonia, repasando las candidatas, solo tres filmes estadounidenses destacaban por contar una historia distinta: Del revés, Anomalisa y Ex_Machina. El resto se apoyaban en las muletas de lo ya conocido. Por comparar, en los tan denostados Goya, las últimas dos grandes ganadoras han sido Truman y La isla mínima.

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En fin, este es un lamento casi sin sentido. Todo seguirá igual gracias a los resultados económicos: la versión de Cenicienta que rodó Kenneth Branagh en imagen real recaudó 476 millones de euros; Maléfica, protagonizada por Angelina Jolie, 665 millones de euros, y Alicia en el país de las maravillas, de Tim Burton, superó los 887 millones de euros. Disney saca en pantalla los cómics de Marvel, los nuevos episodios de la saga Star Wars y las versiones con actores de carne y hueso de sus clásicos animados. Warner se abraza a los tebeos de DC Comics para salvar su futuro. “Si quieres hacer algo original, algo personal, salte del sistema”, dice Jon Favreau, realizador de El libro de la selva, de la que ya está en marcha la segunda parte (no confundir con el otro El libro de la selva que prepara también digitalmente Andy Serkis). Y un montón de público se sentará en una sala pensando en que esa película que están viendo les suena de algo, pero ¿de qué?

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