Editorial

Sin razón sindical

La huelga intermitente en el metro de Barcelona ha sido desmedida, desproporcionada y perjudicial para los propios trabajadores

Pasajeros salen de un convoy del metro en plaza España, ayer en Barcelona.ALBERT GARCÍA

La huelga intermitente en el metro de Barcelona, que ha aprovechado la celebración del importantísimo congreso anual de telefonía móvil para presionar, ha sido desmedida, desproporcionada y perjudicial para los propios trabajadores.

Desmedida porque su verdadero objeto parecía ser la firma de un convenio, que se prorroga con retoques desde 2012. La petición de que los suplentes del verano y otros temporales pasasen a fijos, la otra gran causa del conflicto, no era tal, pues la empresa pública municipal, TMB, aceptó el principio, si bien r...

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La huelga intermitente en el metro de Barcelona, que ha aprovechado la celebración del importantísimo congreso anual de telefonía móvil para presionar, ha sido desmedida, desproporcionada y perjudicial para los propios trabajadores.

Desmedida porque su verdadero objeto parecía ser la firma de un convenio, que se prorroga con retoques desde 2012. La petición de que los suplentes del verano y otros temporales pasasen a fijos, la otra gran causa del conflicto, no era tal, pues la empresa pública municipal, TMB, aceptó el principio, si bien repartió en 5 años la absorción de ese grupo de empleados.

La huelga ha sido desproporcionada porque TMB no recortó ni plantillas ni sueldos, sino aumentó estos en un 1%, un alza de la capacidad adquisitiva salarial dada la inflación cercana a cero. Si se quiere, se trataba de una subida modesta, pero muy notable para una compañía en pérdidas, sufragadas por el contribuyente.

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Y ha sido dañina para la imagen de la ciudad ante un evento mundial de gran relevancia mediática, trascendental para la modernización de la economía y la adaptación tecnológica de las empresas españolas: requisitos todos ellos para la creación de empleo, el dinamismo urbano y el propio progreso de la plantilla en huelga.

Pero el impacto real de la protesta sobre el quehacer de los 95.000 congresistas fue limitado. Afectó más a los vecinos. Otra cosa es que la cúpula de la organización privada se quejase, con razón. Pero careció de ella Cristina Cifuentes arrimando el ascua a su sardina: las ciudades españolas no deben hacerse competencia oportunista.

La sinrazón sindical del convocante (la radical CGT) se acentúa si se contrasta con los significativos esfuerzos de la alcaldesa Ada Colau —también de origen radical— por evitar el conflicto. Pero esos fracasados intentos subrayan también la necesidad de ampliar su (muy débil) mayoría relativa, mejorar la prevención y establecer más complicidades en todas las direcciones.

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