Cartas al director

Carta abierta a Fernando Savater

Vaya por delante don Fernando que en lo que pretendo sea una refutación de su reciente artículo Discriminar no cabe la consideración de homófobo para su persona. También le diré de antemano que yo no sufro de heterofobia, soy hija, hermana, sobrina, amiga de heterosexuales y mis vínculos de amistad y amor para con ellos transcienden mi orientación sexual, condición que no opción, de lesbiana, perteneciente en sus palabras a la identidad civilizada que de veras cuenta, que es la identidad humana. Y a ella pertenezco.

Hace usted alusión a la sentencia judicial r...

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Vaya por delante don Fernando que en lo que pretendo sea una refutación de su reciente artículo Discriminar no cabe la consideración de homófobo para su persona. También le diré de antemano que yo no sufro de heterofobia, soy hija, hermana, sobrina, amiga de heterosexuales y mis vínculos de amistad y amor para con ellos transcienden mi orientación sexual, condición que no opción, de lesbiana, perteneciente en sus palabras a la identidad civilizada que de veras cuenta, que es la identidad humana. Y a ella pertenezco.

Hace usted alusión a la sentencia judicial reciente que condena por “discriminatoria” la disposición del Ministerio de Sanidad que sólo permite la fecundación artificial a las mujeres que hayan fracasado más de un año en los intentos por coito vaginal y despacha el asunto recurriendo como principal argumento, casi único, a la descalificación anticipada de su condición de “malo” en esta sociedad demasiadas veces frívola, de lo políticamente correcto.

Esboza luego un argumento con juicio de intenciones incluido a mi parecer falaz; y le diré por qué. No es defendible su afirmación de la intención de abolir al varón o la mujer en una suerte de dialéctica excluyente ajena a la verdad. Ya es triste tener en contra de entrada la carga de la prueba a propósito de tu idoneidad para ser padre o madre, presumida muchas veces trágicamente en cualquiera que pueda serlo de modo “natural” aunque no haya hecho en muchos casos la reflexión ética a que usted nos emplaza a nosotros, como para escuchar un planteamiento tan epidérmico de quien tiene mi consideración intelectual y humana. Si hubiera planteado la complejidad de la disquisición entre los valores eficiencia y equidad para el sistema sanitario, aun le comprendería, y no obstante habría mucho que debatir al respecto.

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Pero sigamos con su desarrollo. No sólo somos caprichosos y “utilizamos” en una suerte de perversión la tecnología que hoy hace posible la maternidad o paternidad a quienes no podemos serlo de manera “natural” si no que producimos un daño a aquellos que más queremos infligiendo una “discriminación” al “privarles de las dos líneas de filiación que pertenecen a la condición humana” convirtiendo a nuestros hijos en “huérfanos programados”.

Don Fernando, nuestros hijos no son huérfanos. Desde cuando nuestra condición humana está sujeta a la falacia naturalista en que se basan determinadas cosmovisiones excluyentes, desde cuando han vuelto a fundirse el orden natural y el orden moral de las cosas que discriminaron antaño por razón de raza o sexo en virtud de supuestas inferioridades, y provocaron auténticos holocaustos. Y sigo, a qué antropología se refiere por omisión para propiciar el ocultamiento de lo humano en palabras de Martha Nussbaum en nosotros hechos de la misma carne que cualquiera. A qué psicología apela para afirmar que es necesario, imprescindible, tener un padre y una madre. Nuestros hijos, como todos los niños, necesitan niveles bien enrasados de amor incondicional, puesta de límites y respeto a su dignidad de ser con proyecto vital propio, en el futuro emancipado de nosotros. Y eso puede ser ofrecido por dos hombres, dos mujeres, y un hombre o una mujer solos. Hay historias de éxito existencial en este modo de crianza previas a cualquier ley, incluso mucho antes de aquella que reconoció nuestros derechos y casi le diría que en cierta medida nuestra existencia; e historias de fracaso en familias a las que usted alude sin mencionar. Porque ya se sabe que todas las familias dichosas se parecen pero las infelices lo son cada una a su manera. Lo esencial, don Fernando no está en el quién, sino en el cómo hace cada quien. Las llamadas funciones materna y paterna las puede encontrar desempeñadas en la familia tradicional por el rol complementario al estadísticamente más frecuente, y en una familia monoparental por la misma persona al unísono en equilibrio y armonía. Esa es la clave. Ni siquiera las éticas consecuencialistas podrían darle prueba y fundamento para las afirmaciones apodícticas que se permite realizar.

Don Fernando, nunca hubiera planteado esta argumentación si el autor de este artículo no fuera quien es. Estoy acostumbrada a tener que ofrecer la prueba diabólica de inocencia en relación a mi “defecto óntico” por más que sepa por mi existencia y profesión que todos tenemos alguno, aunque socialmente sean mucho menos visibles, y que la máxima aspiración como padres no es ser perfectos sino solo suficientemente buenos. La perversión es ubicua en la condición humana y no está asociada de modo inherente a ninguna categoría derivada de la orientación o identidad sexual. Somos como todos, ni mejores ni peores per se. Elevo mi voz porque usted ha aludido a terceros, nuestros hijos, y su aventura personal, y aunque nosotros estuviéramos equivocados y usted en lo cierto y aquí le hablo desde las éticas de la responsabilidad que presidieron mi toma de decisión en torno a la maternidad, hay algo sobre lo que no tengo ninguna duda: mi hijo, ningún hijo elige nacer, y es la obligación de todo padre o madre proteger su dignidad al modo en que lo hacía la madre de la judía Hannah Arendt. Artículos como el que usted ha escrito hacen este mundo menos habitable para él y son impropios de una autoritas ética como la suya.

Mercedes Navío Acosta Médico Psiquiatra, Profesora Asociada de Psicología y Máster en Bioética

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