La sal y el calor conquistan las tierras del Ebro

Cuando el padre de Ramón Carles Gilabert decidió clavar unas estacas en el mar para ver si los mejillones se agarraban y engordaban no imaginó que medio siglo después sus hijos, sus nietos y buena parte de esta comarca del Delta del Ebro acabarían viviendo de la cría de estos deliciosos moluscos. Pero probablemente tampoco imaginó lo que vendría después. No imaginó que el calentamiento de la atmósfera caldearía las bahías hasta asfixiar a las crías, ni que el mar impregnaría de sal sus queridos arrozales. Esto, que hace 50 años podría haberle parecido una película de ciencia ficción mala es hoy la realidad de las tierras del Ebro.

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