Cartas al director

Devenir de Cataluña

Viví más de veinte años en Cataluña y me fui de allí cansado de la obsesión nacionalista que, en vez de menguar tras la Transición como cabía esperar, iba creciendo y apoderándose de más espacios políticos y sociales hasta hacerse cada vez más asfixiante. La persistente repetición de tópicos maniqueos en la educación y sobre todo en la enseñanza de la historia, y la insistencia en esa línea de algunos medios han ido fomentando entre muchos jóvenes catalanes un sentimiento más o menos antiespañol. Muchos partidos que no eran nacionalistas en su origen sucumbieron a la ambigüedad y buena parte d...

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Viví más de veinte años en Cataluña y me fui de allí cansado de la obsesión nacionalista que, en vez de menguar tras la Transición como cabía esperar, iba creciendo y apoderándose de más espacios políticos y sociales hasta hacerse cada vez más asfixiante. La persistente repetición de tópicos maniqueos en la educación y sobre todo en la enseñanza de la historia, y la insistencia en esa línea de algunos medios han ido fomentando entre muchos jóvenes catalanes un sentimiento más o menos antiespañol. Muchos partidos que no eran nacionalistas en su origen sucumbieron a la ambigüedad y buena parte de la izquierda antepuso el nacionalismo a las cuestiones sociales e incluso a la ética frente a los casos de corrupción. A pesar de ello, y gracias a la valentía de algún partido joven que se ha atrevido sin complejos a mostrar su doble condición española y catalana, es bastante posible que la sociedad catalana actual no sea todavía mayoritariamente independentista. Por eso, ahora es el momento en que esos sectores deben mostrar claramente sin ambigüedades ni complejos sus posiciones.— Carlos Bravo Suárez.

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