El coche sin conductor también se ‘pica’

El Apocalipsis no debería llegar por una discusión de tráfico

Cuando en 1996 el entonces campeón del mundo de ajedrez Gary Kasparov se enfrentó al superordenador Deep Blue no tenía miedo de la máquina. De hecho, rechazó burlanomente una oferta de repartirse con ella —es decir, con su empresa— el premio de 500.000 dólares que se llevaría el ganador. Sin embargo, Deep Blue venció en la primera partida y aunque Kasparov terminó imponiéndose en el encuentro aquella derrota fue “una experiencia demoledora”, según su entrenador.

Hay un principio, resumido sabiamente en el refranero español, que hasta ahora ha mantenido relativamente tr...

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Cuando en 1996 el entonces campeón del mundo de ajedrez Gary Kasparov se enfrentó al superordenador Deep Blue no tenía miedo de la máquina. De hecho, rechazó burlanomente una oferta de repartirse con ella —es decir, con su empresa— el premio de 500.000 dólares que se llevaría el ganador. Sin embargo, Deep Blue venció en la primera partida y aunque Kasparov terminó imponiéndose en el encuentro aquella derrota fue “una experiencia demoledora”, según su entrenador.

Hay un principio, resumido sabiamente en el refranero español, que hasta ahora ha mantenido relativamente tranquilos a los humanos respecto al progreso tecnológico: más vale maña que fuerza. Las máquinas nos superan en fuerza, pero la conciencia de uno mismo, valiosa y única, sigue siendo exclusivamente humana. El momento inquietante de la película Terminator no es cuando la red informática Skynet se pone a lanzar misiles nucleares a troche y moche destruyendo el mundo. Es lo que ocurre inmediatamente antes: Skynet “toma conciencia de sí misma”. El mismo momento de pánico ante el abismo muestra Kubrick en 2001 Una odisea en el espacio cuando los astronautas descubren que Hal, el ordenador que controla su nave, piensa por su cuenta. Y tiene miedo.

Pero la realidad supera a la ficción y sucede que aunque las máquinas —suponemos— todavía no sean capaces de pensar por su cuenta, cada vez son más autónomas en la toma de decisiones y hasta puede que empiecen a desarrollar sus propias fobias seguramente no previstas en quienes formularon sus algoritmos. Resulta que las pruebas de coche sin conductor se están desarrollando tan rápidamente que ya han comenzado a circular experimentalmente en vías de Silicon Valey compartiendo calzada con coches conducidos por humanos. El coche sin conductor es —si nada falla— mucho más seguro que uno conducido por una persona. No hay distracciones, ni cansancio, ni “no está claro que el semáforo estuviera en ámbar”, ni “cuándo llegamos ¿falta mucho?”, entre otras cosas. Pero sucede que, de alguna manera, ha adoptado una característica de conductor humano. Así un Lexus 400 de Google, con el que se llevan haciendo pruebas dos años, tuvo un roce en una carretera de Palo Alto con otro vehículo, un Audi, al que no dejó cambiar de carril y le obligó a seguir por donde iba. Lo curioso —o inquietante— es que el otro coche tampoco iba conducido por persona alguna. Pertenece a la empresa Delphi Automotive que también trabaja en un vehículo sin conductor.

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Lo sucedido plantea algunas cuestiones y una reflexión sobre nuestro fin. ¿Tocó el claxon el coche al que le impidieron hacer la maniobra? ¿Contestó el obstructor con algún gesto, palabra o algoritmo obsceno? Si en ese momento los detiene la policía ¿a quién le piden el permiso de conducir que sople el alcoholímetro? Una cosa es que el Apocalipsis llegue porque un superordenador se haga con el arsenal nuclear, pero es inaceptable que todo empiece con una vulgar discusión de tráfico.

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