Olvidos de oro

Joselito es una institución nacional, un modelo óptimo del niño para quien crecer se convierte en una tragedia, el fin del negocio

España es un país que ha producido personajes singulares a lo largo de los siglos. Los mejores provienen de un accidente, casi un choque de trenes entre una personalidad heterodoxa y los azares del éxito y el fracaso. Cervantes lo apreció con enorme antelación, y sus Sancho y Quijote ya fueron expresión de esa desventura entre la prosaica realidad y las personalidades poéticas. Velázquez y después Goya abrieron la puerta, entre los retratos de una nobleza de fatídica endogamia, a personajes de referencia popular, logrando hacer normal en el lienzo lo que era normal en la calle. Pero esa afluen...

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España es un país que ha producido personajes singulares a lo largo de los siglos. Los mejores provienen de un accidente, casi un choque de trenes entre una personalidad heterodoxa y los azares del éxito y el fracaso. Cervantes lo apreció con enorme antelación, y sus Sancho y Quijote ya fueron expresión de esa desventura entre la prosaica realidad y las personalidades poéticas. Velázquez y después Goya abrieron la puerta, entre los retratos de una nobleza de fatídica endogamia, a personajes de referencia popular, logrando hacer normal en el lienzo lo que era normal en la calle. Pero esa afluencia de personajes dispares y complejos nunca se ha detenido. El mundo del espectáculo ha producido algunos al convertirse en industria de explotación humana, expuestos al vaivén de la popularidad y el abandono. Más allá de torpes catalogaciones o de una facilona crítica general al fenómeno del niño prodigio, Joselito es una institución nacional, un modelo óptimo del niño para quien crecer se convierte en una tragedia, el fin del negocio.

Acaba de aparecer una novela gráfica que cuenta las peripecias de Joselito, el que fuera uno de los actores más populares de la historia del cine español y la voz mejor conocida en el extranjero desde su irrupción en 1956 con El pequeño ruiseñor. Su retraso en el crecimiento permitió entonces presentarlo como un fenómeno de nueve años aunque tuviera 13, hasta su fracaso al pretender avanzar a la adolescencia en la pantalla con la adaptación de La vida nueva de Pedrito de Andía en 1965. Perder el amor del público fue paralelo a perder el grifo de la fuente de ingresos y eso se tradujo en un doble abandono. El fracaso, que fascina más que el éxito, hizo el resto, trufando una biografía de episodios chuscos que se manipulaban y magnificaban para venir a recordarle al pueblo en su sosiego que mejor no aspirar a nada, porque todo lo bueno se pierde y se gasta.

Lo estupendo del relato gráfico, escrito y dibujado por José Pablo García, es que abraza el pastiche, recreando cada episodio vital de Joselito con un estilo diferente a imitación de los géneros del cómic. Del trazo de tebeo popular español al remedo de la Marvel, las peripecias de la voz de oro desfilan ante el nuevo lector, al menos el que guste de sacar del fondo del cajón los viejos cromos amarilleados, como otro de esos personajes míticos que España produce, mastica y evacúa.

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