Cartas al director

La soledad de una UCI pediátrica

Imagínate que tienes dos años, que estás enfermo y que, de repente, te ves rodeado de cables, luces y desconocidos que te manipulan. Imagínate que, en esa situación tan angustiosa para ti, sólo te dejan ver a tus padres unas pocas horas al día y que cuando les pides que se queden contigo, te dicen que no les dejan. Imagínate que eres ese padre que es expulsado de allí y escucha a su hijo llorar desconsolado desde detrás de un cristal sin que nadie te deje pasar, sabiendo además que tu presencia sería positiva para su recuperación y que hasta dentro de muchas horas no podrás verlo de nuevo. Est...

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Imagínate que tienes dos años, que estás enfermo y que, de repente, te ves rodeado de cables, luces y desconocidos que te manipulan. Imagínate que, en esa situación tan angustiosa para ti, sólo te dejan ver a tus padres unas pocas horas al día y que cuando les pides que se queden contigo, te dicen que no les dejan. Imagínate que eres ese padre que es expulsado de allí y escucha a su hijo llorar desconsolado desde detrás de un cristal sin que nadie te deje pasar, sabiendo además que tu presencia sería positiva para su recuperación y que hasta dentro de muchas horas no podrás verlo de nuevo. Esto, que parece una pesadilla, es una realidad que se vive a diario en la mayor parte de las UCI pediátricas de España y que recientemente me ha tocado vivir con mi hijo. Y esto, a pesar de que el Parlamento Europeo y el propio Ministerio de Sanidad reconocen el derecho de los padres a estar con sus hijos las 24 horas del día. Y esto pese a que hay numerosísimos estudios que demuestran que el acompañamiento de los padres reduce la ansiedad y el estrés del niño enfermo, mejorando el proceso de recuperación y reduciendo los daños colaterales de la hospitalización, como se demuestra desde hace años en los hospitales pediátricos más avanzados en los que se permite la presencia continua de los padres.

Entiendo las dificultades para el personal sanitario y para los gestores de aplicar esta medida pero, imagínate a ese niño enfermo y solo, y piensa si no vale la pena el esfuerzo.— Antonio Maillo González-Orus. 

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