Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado

Participación ciudadana en polis españolas

Pensadores como Aristóteles afirmaron que no son las piedras sino las personas las que hacen las ciudades. Y efectivamente, los espacios urbanos se transforman constantemente, y lo hacen como expresión de la época en la que se inscriben, de los intereses, pensamientos, prioridades de aquellos que las habitan y diseñan. Así, en las ciudades, tal y como expresara tiempo después el filósofo Jünger Habermas, la sociedad se fotografía, el poder se hace visible y se materializa el simbolismo colectivo, siendo su disposición, por tanto, no tanto resultado del azar, sino fruto de su historia y de decisiones humanas concretas.

Foto. John Patrick Robichaud en Flickr Creative Commons.

En la antigüedad, las polis contaban con espacios para el debate ciudadano y la toma de estas decisiones. Hoy, los canales y la cultura de participación han cambiado, pero también lo ha hecho la escala urbana. Según Platón, la ciudad debería crecer solo hasta el punto en que no pusiera en peligro su unidad, su función. Sin embargo, muchas de nuestras ciudades han sobrepasado con creces ese umbral urbano. Las transformaciones han sido además muy rápidas, obligando a la improvisación y al crecimiento acrítico de conurbaciones difusas y de urbes cada vez más homogéneas y especializadas.

Este crecimiento, que en los últimos años se ha concebido como el sello de nuestro progreso social, ha demostrado generar disfunciones sociales y medioambientales graves, y se revela, por tanto, insostenible. Ejemplo de ello es que las ciudades de nuestro país sufren un deterioro progresivo de la calidad del aire: de 46 urbes estudiadas por la OMS, 37 incumplen los niveles recomendados de contaminación; o que seamos el país de la OCDE donde más han aumentado las desigualdades sociales (los tres españoles más acaudalados duplican en riqueza al 20% de la población más pobre del país). De hecho, como detalla el reciente Informe FOESSA y es visible en los núcleos urbanos, el deterioro de la cohesión social durante los últimos siete años ha sido enorme, así como el incremento de los procesos de exclusión social.

Quizá por todo ello, cientos de ciudadanos, en diferentes lugares del país, han comenzado a recrear espacios para participar en la construcción de ciudad. Y durante la semana pasada tuvieron lugar diversos encuentros con un común denominador, concebir la ciudad como un proyecto colectivo y bajo un modelo de progreso ligado directamente al bien común, la sostenibilidad y las necesidades humanas básicas.

Así, Sevilla acogió el II Encuentro de Municipios del Bien Común, que visibilizó buenas prácticas municipales y posibilitó tejer redes de intercambio y colaboración; Madrid celebró el III Encuentro Vecinal organizado por la FRAVM, con unos 150 participantes, y en torno a cinco mesas de diálogo; en las calles de Vitoria se propuso la recuperación de las vecindades vitorianas, una forma de organización popular cuyo origen se remonta al menos al siglo XIV y se sirve, entre otros, de herramientas como el auzolan (trabajo comunitario no retribuido en favor de la comunidad); y en Olot el proyecto “Sant Miquel +B, Sumem des dels Barris” cerró su primera fase con la elaboración participativa de un diagnóstico de la situación del barrio, para posteriormente comenzar a establecer estrategias de mejora concretas. Y de este modo, poco a poco, la fotografía de estas polis comienza a transformarse de nuevo.

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