Cachitos de tela y plomo

Todas las claves de las colecciones para la primavera/verano 2015 se resumen en una: la plúmbea sombra de los primeros años setenta

Uno de los diseños de Nicolas Ghesquière para Louis Vuitton.

La moda, atrapada en su propia red. Curioso que la tendencia más recurrente vista en estos días de pasarelas y que, presumiblemente, será una realidad a vestir la próxima primavera/verano se alce como la metáfora definitiva de una industria a la que ya resulta imposible encontrarle el pulso creativo, o casi. Han sido alrededor de 400 shows en solo 28 días, repartidos entre dos continentes, así que algo deberíamos rascar, a pesar de que los desfiles ya sean como esas producciones cinematográficas hipertrofi...

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La moda, atrapada en su propia red. Curioso que la tendencia más recurrente vista en estos días de pasarelas y que, presumiblemente, será una realidad a vestir la próxima primavera/verano se alce como la metáfora definitiva de una industria a la que ya resulta imposible encontrarle el pulso creativo, o casi. Han sido alrededor de 400 shows en solo 28 días, repartidos entre dos continentes, así que algo deberíamos rascar, a pesar de que los desfiles ya sean como esas producciones cinematográficas hipertrofiadas que se olvidan al minuto de levantarse de la butaca. Quizá por eso las tendencias están condenadas a repetirse. Desde luego, el saldo que arrojan las que acaban de verse en Nueva York, Londres, Milán y París es tan familiar como desconcertante y perturbador.

Diseño de Karl Lagerfled para la firma Chanel.

-Kitsch gráfico. Llamen al tapicero. O al empapelador. O, mejor, a los dos a la vez. Pídanles que se traguen un maratón de comedias televisivas británicas vintage del tipo El nido de Robin o Los Roper antes de ponerse manos a la obra. O, para acabar antes, que se empapen del catálogo al completo de Marimekko, la legendaria factoría textil finlandesa cuyos diseños servían lo mismo para llevar por la calle que para crear hogar. Así ya podrán lucir los estampados menos sutiles de los últimos años. El interiorismo funky-kitsch estilo apartamento de bloque sindical (pre-Transición, por situarnos geopolíticamente) es la motivación gráfica de la temporada, da igual si se trata de geometrías al ácido, paisajismo de LSD o pesadillas florales (con la caléndula minimalista creada por Maija Isola en 1974 como leitmotiv), a combinar entre sí de una tacada. De Saint Laurent Paris a Thom Browne, pasando por Louis Vuitton, Maison Martin Margiela, Chanel, Dries Van Noten y, claro, Prada, son muchos los que gritan fealdad. Y debe de ser un grito de atención si hasta Phoebe Philo se suma a él en Céline.

-Rayadura total. Si las flores son para la primavera, las rayas se apuntan al verano. Cuánta originalidad. Pero para qué cambiar aquello que funciona desde que Coco Chanel decidiera vestir la camiseta típica de los pescadores de Deauville. Así que el próximo estío toca volver a quedarse a rayas. Horizontales, verticales y transversales. Monocromáticas y multicolores. Solas o acompañadas (elijan cualquier otro estampado: servirá). Marineras, por supuesto. Y hasta en código de barras (gentileza exclusiva de Alexander Wang). Aunque de todas las rayas posibles, apuesten especialmente por las diplomáticas, calidad sartorial de banqueros y estadistas: son las menos obvias de la estación y dan la réplica gráfica a la vuelta de tuerca masculina que se siente en el guardarropa femenino, también por enésima vez. Las versiones más urbanas están en Chanel, Altuzarra, Margiela, Saint Laurent Paris, Kenzo, Van Noten y Gaultier (uno de sus clásicos en la despedida), pero es la reformulación en los tops y vestidos y faldas extralargos de Chitose Abe en Sacai la que gana la partida.

-Collage. El secreto de la primavera/verano 2015 está en la mezcla. De patrones, de tejidos, de estampados, de estilos. Denim y pelo. Piel y seda. Punto y encaje. Plástico y tul. Lo militar con lo romántico. Lo oriental con lo marciano. El rock’n’roll con el minimalismo. El mar y la montaña. Un retal de aquí y otro de allá. Algunas colecciones parecen el resultado de una explosión en una factoría textil, si se permite tan políticamente incorrecta reflexión. En realidad, todo pega como en una ingente labor de patchwork o decoupage escenificada de forma ejemplar, por un motivo u otro, en Prada, Burberry, JW Anderson (solo o en su debut en Loewe), Marni, Yamamoto, Dries Van Noten, Stella McCartney, Jeremy Scott… Seguramente, el mejor ejercicio de reciclaje sin proponérselo (no hay causa eco aquí) de la moda en tiempos.

-Ropa de cama. Los pijamas y camisones en la calle ya los hemos visto Las sábanas, un poco menos. El ajuar de dormitorio encuentra una nueva vida después del sueño, preferiblemente en formato vestido o camisola. Curioso: este invierno, los diseñadores aireaban las mantas y los cobertores y ahora hacen lo propio con la ropa de cama más ligera. Lo interesante de la propuesta es la aparición de una insospechada silueta cocoon, más propia de otras estaciones, que cierra (y hasta prolonga) cuello y puños vista en Raf Simons para Dior, el adiós de Christope Lemaire en Hermès y una depuradísima Marni. Lo más obvio, el uso y abuso de la dentelle o broderie anglaise, el troquelado que causó furor en la Gran Bretaña del siglo XIX y romántico lugar común de la primavera/verano que viene en vestidos blancos (véanse para el caso los de Óscar de la Renta, Chloé y Valentino). En la misma sección textil-hogar, sepan que pueden encontrar las mantelerías a cuadros que han causado furor en Nueva York.

La propuesta de Rodarte.

-Gran calado. La primorosa labor de recortado y bordado inglesa pone sobre la pista de la que se anuncia próxima gran tendencia global: la más o menos sutil exposición de la anatomía femenina (valiente novedad, dirán), a observar a través de agujeros, rendijas y perforaciones estratégicas -costados, costillar, pecho, hombros, cintura- en todo tipo de prendas. La tela de malla o de red es la favorita de los diseñadores en su picante juego del peek-a-boo, un tejido ya avanzado la pasada primavera/verano que alcanzará su paroxismo la próxima, ya sea en versión deportiva (Alexander Wang), nocturna y alevosa (Olivier Rousteing en Balmain) o literalmente marina (Rodarte). Será también una temporada de transparencias, incluso extremas (Tom Ford), en la que el crop top acaba reducido a mero bandeau en no pocas ocasiones. El demonio y la carne, ya saben.

-Cambio climático. Pese a lo que pueda dar a entender la exposición carnal antes mencionada, pocas veces habíamos asistido a la presentación de una primavera/verano tan abrigada. En términos indumentarios, hace tiempo que el clima es antes un estado mental que una barrera o condicionante meteorológico, pero la necesidad de calor que expresan mucha de estas colecciones da que pensar. No solo hay sobreabundancia de cuero, es que hay hasta pieles (y no en plan truco estilístico como en anteriores ocasiones estivales). No es solo que Rick Owens convierta el tul en cemento armado, que Gareth Pugh haga lujo de la arpillera, que Slimane no se olvide de sus chupas o que Stella McCartney vuelva a recurrir a sus parkas (por mucha calidad líquida que tengan), es que también aparecen cuellos altos (Dior, Rochas, Louis Vuitton, McQueen), chaquetones monumentales (Kenzo), botas y calcetines y abrigos, muchos abrigos (Prada y Marni como magnos referentes), la manga tres cuartos como única concesión. Sí, al ánimo de la moda está encapotado. Vienen días grises.

-Nostalgia beis. Todos estos mandamientos/tendencias para la primavera/verano 2015 se resumen en uno: honrarás los años setenta. Pero, ojo, no unos años setenta cualesquiera. El espíritu de la mayoría de las colecciones nos sitúa en la primera mitad de la década, la de los años de plomo, la crisis del petróleo, la economía deprimida, la fealdad urbana, antes de que todo se polarizara entre el caos punk y el hedonismo disco. Nicolas Ghesquière estableció la pauta en su debut en Louis Vuitton esta temporada y ahora no solo la prolonga, sino que ha abierto brecha para el resto con su revisión del momento más beis que recuerda la historia. Ahí están esos pantalones de pata de elefante (mamut, en el caso de Humberto Leon y Carol Lim para Kenzo), esos cuellos gigantescos y picudos (Guillaume Henry los ha clavado en su despedida de Carven), esos atuendos de cantautora folk (Valentino), ese discreto encanto de la burguesía (Prada). Es la atribulada Jane Fonda de Klute. Es David Bowie preguntándose si hay vida en Marte. Y el mensaje no podría ser más inquietante por conservador.

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