Editorial

El problema existe

Gobierno y Generalitat deben formalizar el debate para que la cuestión catalana no se enquiste

Pronto hará cuatro años de la nutrida movilización contra la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto catalán que supuso un parteaguas en la cuestión catalana. Aquel evento abrió paso a una creciente radicalización. Poco se ha hecho para atajar ese malestar: tarea imprescindible, que no equivale a practicar el apaciguamiento con aquellos que no están dispuestos al apaciguamiento, sino reencajar las piezas del consenso social ahora desencajadas.

Lo que no se ha hecho es iniciar un diálogo estructurado y racional entre instituciones y partidos, pese a las reiteradas llamada...

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Pronto hará cuatro años de la nutrida movilización contra la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto catalán que supuso un parteaguas en la cuestión catalana. Aquel evento abrió paso a una creciente radicalización. Poco se ha hecho para atajar ese malestar: tarea imprescindible, que no equivale a practicar el apaciguamiento con aquellos que no están dispuestos al apaciguamiento, sino reencajar las piezas del consenso social ahora desencajadas.

Lo que no se ha hecho es iniciar un diálogo estructurado y racional entre instituciones y partidos, pese a las reiteradas llamadas de muchas voces sensatas a ello. Cuando dos (al menos) no dialogan es porque ninguno de los dos está realmente dispuesto a ello. Resulta asombroso que la clase dirigente de un país que supo superar una larga dictadura mediante el debate y la negociación sea ahora incapaz de emularse a sí misma en un asunto menos poliédrico.

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Un sucedáneo del diálogo directo entre políticos es la conversación por triangulación con la sociedad civil, empresarios, intelectuales e instituciones. No es suficiente, pero se está produciendo, de forma a veces sinuosa y alambicada. La cada vez más frecuente presencia de ministros y dirigentes del partido del Gobierno en Cataluña (a distinguir de la más sobria, continua y eficaz presencia del príncipe Felipe) no se diseñó lamentablemente para abrir un diálogo. La última ilustración es la celebración de un clamoroso no-encuentro entre el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el de la Generalitat, Artur Mas, en un acto empresarial. Esa presencia es en buena medida una operación de propaganda para contrarrestar la —por otra parte apabullante— propaganda independentista, sobre todo de los medios públicos de la Generalitat, de dudosa pluralidad; amén de una estrategia de apoyo a sus candidatos en la campaña electoral europea. Pero podría acarrear un beneficio colateral insospechado. A saber: la interiorización en la conciencia del Gobierno de que el problema existe y no es solo un invento, aunque vaya acompañado de muchas invenciones. Si es un problema, hay que buscarle soluciones; y las soluciones democráticas se perfilan con el diálogo y la negociación.

No hay un punto de no retorno, pero sí un momento a partir del cual toda salida resulta más costosa y difícil. Ese momento se acerca, llegará a partir del otoño. Porque ¿cómo manejar una situación en que, descartado el referéndum tal como fue unilateralmente perfilado, una considerable cuota de la sociedad catalana abogue por la independencia en unas elecciones adelantadas? Para evitar desgarros, mejor será que unos y otros se sienten antes. Preferiblemente, al día siguiente de las elecciones europeas. Mas reclama ahora, sensatamente, situaciones en las que “todo el mundo salga ganando”. Para que ocurra, todo el mundo debe estar dispuesto a renunciar a algo.

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