Cartas al director

¿Quiénes son los pícaros?

Pozuelo de Alarcón, Madrid -

En el diario del pasado miércoles Pilar González de Frutos, presidenta de Unespa, la asociación de las entidades aseguradoras, define los accidentes de tráfico como “una realidad desagradable y desafortunada”. Desafortunadas sin duda son sus palabras.

Quienes hemos perdido familiares en accidentes de tráfico le podemos explicar que desagradable no es un término que se aproxime ni de lejos a nuestra experiencia. Pero las palabras no son inocentes. La elección de la señora González obedece a su concepto de los asegurados, es decir, tantos de nosotros, algunos de los cuales, según apunta e...

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En el diario del pasado miércoles Pilar González de Frutos, presidenta de Unespa, la asociación de las entidades aseguradoras, define los accidentes de tráfico como “una realidad desagradable y desafortunada”. Desafortunadas sin duda son sus palabras.

Quienes hemos perdido familiares en accidentes de tráfico le podemos explicar que desagradable no es un término que se aproxime ni de lejos a nuestra experiencia. Pero las palabras no son inocentes. La elección de la señora González obedece a su concepto de los asegurados, es decir, tantos de nosotros, algunos de los cuales, según apunta ella en su texto, son “pícaros” que buscan vivir a costa de los demás.

Mi hermano David murió en 2011 en un accidente de tráfico del que no fue causante. Otro vehículo se llevó por delante su moto en un doble adelantamiento. Además de la “desagradable realidad” de perder a un hermano con solo 37 años, tuvimos que pasar la “desagradable realidad” de meses en los que la compañía aseguradora del conductor que lo arrolló se resistía a pagar la indemnización haciendo uso de todo tipo de argumentaciones que revertían la culpa sobre mi hermano, que, total, como ya estaba muerto, qué les importaba a ellos. Tras un año de pruebas técnicas a cargo de los contribuyentes (fue la policía científica quien tuvo que desmontar una por una las argumentaciones de la aseguradora) tuvimos que revivir la “desagradable realidad” pasando por un juzgado para, por fin, firmar los papeles y percibir la indemnización. Para mi sorpresa, la cifra no había variado desde que yo, diez años antes, había filmado una película basada en un accidente laboral real, La suerte dormida. Nadie ha revisado esas tablas en todo este tiempo. Sin duda las aseguradoras se han ocupado de que así fuera. A veces me pregunto quiénes son los pícaros.— Ángeles González-Sinde.

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