Cartas al director

Encaramados a las vallas

Ver a personas encaramadas en las vallas de nuestras fronteras del norte de África da vergüenza, escalofrío, dolor, pena, culpabilidad... Las imágenes capturan la desesperación de personas encarceladas por esas vallas y el miedo a un obligado retorno al erial geográfico y humano del inicio de sus periplos de inmigrantes si no las logran saltar. Como ciudadanos españoles y europeos somos cómplices, admitámoslo o no, de retornos en supuestas “condiciones dignas que respetan los derechos humanos”, cuando resulta que nuestras democracias convencen a los autócratas del norte y centro de África para...

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Ver a personas encaramadas en las vallas de nuestras fronteras del norte de África da vergüenza, escalofrío, dolor, pena, culpabilidad... Las imágenes capturan la desesperación de personas encarceladas por esas vallas y el miedo a un obligado retorno al erial geográfico y humano del inicio de sus periplos de inmigrantes si no las logran saltar. Como ciudadanos españoles y europeos somos cómplices, admitámoslo o no, de retornos en supuestas “condiciones dignas que respetan los derechos humanos”, cuando resulta que nuestras democracias convencen a los autócratas del norte y centro de África para que nos sirvan de parapeto —incluso vendiéndoles armas— a sus miserables, hambrientos y perseguidos políticos, que por todo ello huyen como sea, aun sabiendo que es fácil morir o ser víctimas de traficantes de personas durante su periplo. Emigren o queden, tiempo ha que padecen la injusticia que nos sitúa a nosotros en la abundancia de derechos, libertades y riquezas, como orondos ciudadanos occidentales democráticos. En realidad, no son ciudadanos ni tienen derechos, solo son hambre, miseria e inanición. Que si ahí quedan encaramados, no alteren nuestra conciencia occidental. Mañana olvidaremos la culpa. Al final el ser más depredador de la naturaleza es el hombre, que este puede acabar devorándose a sí mismo. Que la naturaleza, ya depurada y libre de él, le sobrevivirá millones de siglos más no deja de ser una esperanza.— Gaspar García Fernández.

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