Cartas al director

Mi lavadora y yo

Estoy pasando estas fiestas junto a mi nueva lavadora inteligente. Dejó de funcionar a mediados de mes. De poco ha servido la protesta airada en el centro comercial, mi ironía demoledora ante los amigos o la sumisión ciega al contestador automático de la marca comercial. Ni siquiera ha servido la visita mesiánica del técnico, que vino a casa en carne y hueso, pero solo para sentenciar que “a la lavadora no le pasa nada. Léase bien el manual”.

Sé que hay otros problemas más graves, pero, por las tardes, cuando me siento ante el bombo para releer las mal traducidas instrucciones, me acuer...

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Estoy pasando estas fiestas junto a mi nueva lavadora inteligente. Dejó de funcionar a mediados de mes. De poco ha servido la protesta airada en el centro comercial, mi ironía demoledora ante los amigos o la sumisión ciega al contestador automático de la marca comercial. Ni siquiera ha servido la visita mesiánica del técnico, que vino a casa en carne y hueso, pero solo para sentenciar que “a la lavadora no le pasa nada. Léase bien el manual”.

Sé que hay otros problemas más graves, pero, por las tardes, cuando me siento ante el bombo para releer las mal traducidas instrucciones, me acuerdo de esa pobre gente que estos días, al abrir sus regalos, se va a ver las caras con un androide, una tableta o un e-book. Si todo va bien, todo irá bien. Pero como haya un problema, comprenderán lo inexorable que es la tecnología inteligente.

He llegado a averiguar —con la ayuda de mi lavadora— que el problema parece estar en la poca presión del agua de la zona donde vivo: el centro de la cuarta ciudad con mayor número de habitantes del país. Por ahí voy. Cuando termine de pagarla me gustaría comprarme otra que lave la ropa por mí. No quiero volver a hacerlo en el plato de la ducha.— Rick Franco.

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