Cartas al director

Excursión a El Escorial

La semana pasada recibimos la visita de unos amigos polacos. Cinco días divertidos y provechosos que nadie nos arruinó. Aunque lo intentaron.

Mi novia, historiadora del arte, se prestó a enseñarnos (sin cobrar, claro) el monasterio de El Escorial, gestionado por Patrimonio Nacional. Nada más entrar, un vigilante nos dice que no podíamos “explicar”. Ni siquiera para nosotros mismos. Solo podíamos “explicar” si teníamos carné de guía o si llevábamos el respaldo por escrito de una institución de enseñanza. Eso o contratar un guía oficial.

Entonces lo comprendimos todo. Como juzgamos...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

La semana pasada recibimos la visita de unos amigos polacos. Cinco días divertidos y provechosos que nadie nos arruinó. Aunque lo intentaron.

Mi novia, historiadora del arte, se prestó a enseñarnos (sin cobrar, claro) el monasterio de El Escorial, gestionado por Patrimonio Nacional. Nada más entrar, un vigilante nos dice que no podíamos “explicar”. Ni siquiera para nosotros mismos. Solo podíamos “explicar” si teníamos carné de guía o si llevábamos el respaldo por escrito de una institución de enseñanza. Eso o contratar un guía oficial.

Entonces lo comprendimos todo. Como juzgamos que esa norma, nunca especificada por ellos, vulneraba la más básica libertad individual de hablar, hicimos caso omiso y continuamos nuestra visita “explicando”, con las continuas advertencias nada amables de los vigilantes de sala, que cumplían con su trabajo. Pusimos, evidentemente, una queja firmada por las seis personas que íbamos.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Esta anécdota es una prueba más de la degradación cultural, social y política que sufre la sociedad española, que sobrepone los intereses de los de siempre, no ya a los intereses generales, sino al derecho de las personas a hablar de arte en un museo. Y no solo eso. Grotesco, ¿no es cierto?— Manuel-Ángel Chica Benayas.

Archivado En