Opinión

Lo que no pude decir en clase

El catedrático de Derecho Antonio Rovira publica ¡No es justo!, su libro más político, inspirado en el malestar que detecta a diario en las aulas

Nuestra joven democracia no está en su mejor momento y corre el peligro de convertirse en un sistema vacío, porque, a pesar de que algunos jueces y dirigentes estén cumpliendo con su papel incluso más allá de lo que podemos exigirles, nuestras élites políticas y financieras, con las palabras más cariñosas, continúan debilitando la democracia y, eso sí, envolviendo y emborronando sus decisiones con un bosque ingente de normas fragmentarias y contradictorias llenas de oscuridades calculadas, ocurrencias e incongruencias y repletas de desaciertos, errores y muchas injusticias.

 Nuestra dem...

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Nuestra joven democracia no está en su mejor momento y corre el peligro de convertirse en un sistema vacío, porque, a pesar de que algunos jueces y dirigentes estén cumpliendo con su papel incluso más allá de lo que podemos exigirles, nuestras élites políticas y financieras, con las palabras más cariñosas, continúan debilitando la democracia y, eso sí, envolviendo y emborronando sus decisiones con un bosque ingente de normas fragmentarias y contradictorias llenas de oscuridades calculadas, ocurrencias e incongruencias y repletas de desaciertos, errores y muchas injusticias.

 Nuestra democracia se está degradando, relajando, reduciendo; incluso está entrando en una cierta descomposición de sus elementos esenciales. Vamos camino de tener una democracia bonsái, bonita pero recortada y pequeña, formal pero inservible como un holograma.

Pero nuestros dirigentes nos intentan convencer de que nadie mejor que ellos sabe lo que nos conviene y repiten “la ley por encima de todo”, pero la ley por encima de todo no tiene sentido y puede aplastarnos. Y mientras, la impunidad crece y nuestras élites no responden. Ni políticos ni banqueros responden del desbarajuste al que nos han conducido. Ni siquiera la crisis, por muy grande y profunda que sea, puede justificar tanta codicia y tanta torpeza.

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Pero la Constitución ni puede ni debe regularlo todo. La Constitución no dice cómo es el Estado, sino cómo no puede ser, delimita el marco de actuación de los Gobiernos y las personas señalando hasta dónde podemos actuar libremente. Así ha sido la Constitución Española de 1978, la mejor, la más eficiente y acertada que nos hemos dado y que ha cumplido eficazmente con su misión de organizar nuestra vida en paz y libertad durante 35 años.

Somos gobernados por mediocres que no escuchan a los que pedimos un gran cambio

Pero todo lo que tiene un principio tiene un final. ¿Cómo podría ser si no? Todo aquello que se produce, nace y muere, y la reforma exprés de nuestra Constitución acordada por nuestros dos príncipes en 2011 ha terminado con nuestro espejo constitucional. Una reforma sin consultar, sin preguntar, de nuestro mejor “contrato social”, acordada para asegurar el pago de la deuda privada de los bancos por encima de todo y antes que nada, y ello ha roto definitivamente el espejo en el que nos veíamos reflejados y que con tanto esfuerzo, sacrificio y acierto fabricamos y conservamos desde 1978.

¿Por qué? ¿Qué necesidad había de deslegitimar, de romper lo poco de lo que podíamos presumir? Con esta reforma, los príncipes definitivamente se han apropiado de nuestra norma fundamental y en señal de obediencia y entrega ciega se la han ofrecido en bandeja a los poderosos de dentro y de fuera y, encima, con las más suaves palabras se esfuerzan en convencernos de que todo lo han hecho por nuestro bien.

Pero ¿por qué lo han hecho?

Pues porque tienen miedo, y el miedo, recordemos, siempre tiene mucha prisa y construye rápidamente muros, fosos y baluartes para alejarse de nosotros. Para nuestros príncipes, los efectos lo son todo, están más preocupadas en no dar un mal paso ante los ojos de la banca y de las grandes corporaciones internacionales que de cometer cientos de errores que nos conducen directamente al acantilado. Están pendientes de agradar a los jefes exteriores e interiores mientras que impúdicamente intentan convencernos de que todo lo hacen por nuestro bien. “La Constitución por encima de todo”, dicen; su Constitución por encima de todo, porque nadie mejor que ellos sabe lo que nos conviene.

Convencidos de esta verdad, queridos amigos, estamos sobrecogidos, consternados por lo que está pasando y más por lo que puede pasar, porque no sabemos hasta dónde pueden llegar. Por eso me he decidido a escribiros esta carta y contaros lo que no supe/pude hacer en clase.

Nuestros dirigentes tienen miedo a bajarse del tiovivo y mantienen que no es momento de plantear reformas 

En el aula os expliqué el sentido de las cosas, pero no suficientemente su utilidad, y en gran medida lo que está pasando es que el presente está siendo borrado por la actualidad. Intenté enseñaros a pensar y no tanto a decidir y a actuar, y me olvidé de deciros lo que ocurre o puede ocurrir cuando somos gobernados por unos dirigentes mediocres, débiles, con falta de firmeza, que hacen oídos sordos a los que pedimos urgentemente un gran cambio, coraje, fortaleza, diálogo y justicia.

No lo dudéis, ha llegado el momento de renovar nuestro pacto social. Porque lo único vivo es nuestra sociedad somos nosotros. Mientras tanto, nuestras instituciones languidecen y se muestran incapaces de seguir el paso.

De modo que urge reparar el espejo promoviendo un nuevo pacto social que limite el poder, sobre todo financiero, y convierta de nuevo a los ciudadanos en protagonistas de las decisiones políticas en estos tiempos de transición, diversos, plurales, donde todo ocurre simultánea y muy rápidamente y en donde el Derecho también está sufriendo un profundo ajuste, una transformación.

Necesitamos revitalizar la función retórica de nuestra Constitución con nuevos ideales en los que nos veamos reflejados. Una Constitución que garantice que nuestros derechos sean de nuevo efectivos. Necesitamos una gran reforma constitucional que devuelva la eficiencia a nuestros poderes y la confianza en nuestras posibilidades. Un nuevo pacto social que nos diga claramente quién tiene el poder y cómo puede ejercerlo, cómo es la economía y cuáles son sus límites, quién fabrica y aprueba realmente las leyes y cómo se eligen nuestros representantes.

He aquí, amigos, la verdad. Incluso la división de poderes creada para dificultar los abusos se está convirtiendo en una ficción. Los príncipes acumulan las competencias para construir más rápidamente sus fortalezas, para defenderse de sus ciudadanos, y nombran y separan legisladores, jueces y ministros buscando la obediencia incondicional porque la persona que tiene poder tiende a abusar de él.

Nuestros dirigentes tienen miedo a bajarse del tiovivo y mantienen que no es momento de plantear reformas constitucionales porque no hay el suficiente consenso, cuando hace unos meses, en secreto y en pocos días, habían hecho la reforma más importante sin avisar.

Qué duda cabe de que nuestros gobernantes han traspasado la línea fundamental de la mesura. Sabemos que lo han hecho mal voluntaria e involuntariamente, porque han entregado nuestra espada a unas corporaciones financieras e industriales que no sabemos dónde están y, sin embargo, siguen presumiendo y amenazando con un poder que ya no tienen.

¡No es justo!, de Antonio Rovira, lo edita Libros de la Catarata el 11 de noviembre. 16 euros. 176 páginas

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