El acento

El ocio estigmatizado

La calidad de Grand Theft Auto V, como la de otros videojuegos, merece más atención y, sobre todo, más comprensión

SOLEDAD CALÉS

La última obra de arte total se llama Grand Theft Auto V; pero no la busquen en las páginas de cultura de los periódicos, ni en los estantes de las librerías, en galerías o museos. Para cualquier referencia, pregunten a un friki o a Google. Grand Theft Auto V es un videojuego estrenado ayer y que —para tener en cuenta su dimensión económica— ha costado producir (rodar) más que muchas películas de Hollywood. Para defender su dimensión creativa, hay que decir que contiene varias artes en un solo producto, y con algo más que lo diferencia de otras expresiones. Mientras que la fotografía, el cine ...

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La última obra de arte total se llama Grand Theft Auto V; pero no la busquen en las páginas de cultura de los periódicos, ni en los estantes de las librerías, en galerías o museos. Para cualquier referencia, pregunten a un friki o a Google. Grand Theft Auto V es un videojuego estrenado ayer y que —para tener en cuenta su dimensión económica— ha costado producir (rodar) más que muchas películas de Hollywood. Para defender su dimensión creativa, hay que decir que contiene varias artes en un solo producto, y con algo más que lo diferencia de otras expresiones. Mientras que la fotografía, el cine o la música tienen espectadores, el videojuego tiene participantes. Su público no solo mira, actúa. En videojuegos como Grand Theft Auto, los personajes tienen su carácter y su historia gracias a un equipo de guionistas tan consistentes como la mejor película; pero en función del comportamiento del jugador, estos personajes variarán el discurrir de la historia.

Títulos extraordinarios como GTA, The last of us o el infantil Rayman Legends demuestran que el videojuego es un entretenimiento que, en ocasiones, alcanza cotas artísticas por encima de polémicas y prejuicios.

A nadie se le ocurre ya estigmatizar al cineasta Quentin Tarantino o al escritor Chuck Palahniuk por su violencia, y mucho menos relegarlos de las páginas de cultura, donde nunca jamás osó entrar un videojuego, salvo con la excepción de Shigeru Miyamoto, cuando fue premio Príncipe de Asturias por sus Supermarios.

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En 1996, ya Estados Unidos creó la Academia de las Artes Interactivas con el fin de prestigiar y fomentar una actividad y una industria que, además de arrasar entre la juventud, había levantado un sector industrial tan potente y extendido como el del cine. Desde hace años, la industria del videojuego recauda más que la del cine y la música juntas. Solo de GTA se espera que se vendan más de 30 millones de copias, ingresando unos 1.800 millones de euros. Pero al margen de su importancia económica, GTA, como tantos otros videojuegos, demuestran que detrás hay una calidad que merece más atención y, sobre todo, más comprensión.

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