Editorial

Un poco de esperanza

El acuerdo de EE UU y Rusia puede disuadir al régimen sirio sin el coste de un ataque militar

El acuerdo-marco alcanzado ayer entre EE UU y Rusia respecto a la destrucción de los arsenales químicos del régimen de El Asad es una buena noticia. En una semana, el régimen sirio tendrá que proveer el listado de su arsenal químico, así como su localización exacta. Y antes del fin de noviembre deberá haber destruido las instalaciones donde se producen estas armas. Todo ello bajo estricta supervisión de los inspectores de Naciones Unidas, que tendrán un acceso ilimitado a todas las instalaciones donde se produzcan o almacenen dichas armas. Si lo que la amenaza del uso de la fuerza pretendía lo...

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El acuerdo-marco alcanzado ayer entre EE UU y Rusia respecto a la destrucción de los arsenales químicos del régimen de El Asad es una buena noticia. En una semana, el régimen sirio tendrá que proveer el listado de su arsenal químico, así como su localización exacta. Y antes del fin de noviembre deberá haber destruido las instalaciones donde se producen estas armas. Todo ello bajo estricta supervisión de los inspectores de Naciones Unidas, que tendrán un acceso ilimitado a todas las instalaciones donde se produzcan o almacenen dichas armas. Si lo que la amenaza del uso de la fuerza pretendía lograr era disuadir al régimen sirio y, por extensión, a cualquier otro (piénsese en Irán) de producir o emplear esas u otras armas prohibidas, este acuerdo servirá para conseguir el objetivo sin recurrir a una costosa intervención militar.

Pero no conviene engañarse. Que El Asad haya terminado por reconocer la posesión de armas químicas y aceptar su eliminación no se debe ni a la sagacidad política de Putin, ni a la torpeza diplomática de John Kerry, sino a la credibilidad de la amenaza del uso de la fuerza formulada por Obama. Dado el carácter criminal del régimen de El Asad, esa presión sigue siendo necesaria, y así queda reconocido en el acuerdo cuando un posible incumplimiento se remite al capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas, que permite al Consejo de Seguridad autorizar el uso de la fuerza contra uno de sus miembros. Claro que Rusia podría ejercer su derecho de veto para bloquear una eventual acción militar, pero al haber aceptado unos compromisos que marcan plazos estrechos y condiciones claras, resulta difícil ver de qué manera el régimen sirio podría zafarse de la inmensa presión que ha concentrado sobre sí tras haber empleado armas químicas.

Detrás de las celebraciones es necesario resaltar dos importantes carencias. Por un lado, el acuerdo renuncia a establecer la autoría y responsabilidad del ataque químico del 21 de agosto, una agresión constatada de forma fehaciente por los inspectores de Naciones Unidas.Que en aras de la diplomacia se sacrifique la justicia para con las víctimas es un precio doloroso: esperemos que solo sea temporal y que en un futuro los autores de ese ataque puedan ser llevados al Tribunal Penal Internacional.

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Por otro, el acuerdo no dice nada sobre cómo poner fin a una guerra civil que supera las 100.000 víctimas mortales, los cinco millones de refugiados y que todavía podría desbordarse regionalmente. Cierto que ese no era el objetivo del acuerdo, pero la mera posibilidad de que El Asad pudiera entregar sus armas químicas y proseguir la matanza de civiles debería poner inmediatamente a trabajar a toda la comunidad internacional en unas negociaciones de paz creíbles y duraderas. La entrega de las armas químicas y el fin de la guerra civil no pueden ser tratadas como compartimentos estancos. La paz es indivisible.

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