Privilegiados
Leo que, según el señor Rosell, los contratos indefinidos otorgan a los trabajadores una serie de “privilegios” —que, por cierto, no concreta ¿vacaciones?, ¿bajas por enfermedad?, ¿indemnizaciones por despido?—, a los que deberían renunciar alegremente para sustituirlos por los correspondientes contratos basura, más propios de nuestros tiempos modernos.
Efectivamente, los contratos indefinidos que yo he disfrutado durante mis años mozos incluían entre otras prebendas levantarse a las seis de la mañana, subir a un metro atiborrado, coger después un autobús de empresa que te llevaba a un ...
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Leo que, según el señor Rosell, los contratos indefinidos otorgan a los trabajadores una serie de “privilegios” —que, por cierto, no concreta ¿vacaciones?, ¿bajas por enfermedad?, ¿indemnizaciones por despido?—, a los que deberían renunciar alegremente para sustituirlos por los correspondientes contratos basura, más propios de nuestros tiempos modernos.
Efectivamente, los contratos indefinidos que yo he disfrutado durante mis años mozos incluían entre otras prebendas levantarse a las seis de la mañana, subir a un metro atiborrado, coger después un autobús de empresa que te llevaba a un polígono industrial en las afueras de Barcelona, trabajar ocho horas tras degustar un privilegiado menú de empresa, volver al autobús, volver al metro todavía más atiborrado que el de la mañana y, por fin, llegar a mis privilegiados aposentos, un cuarto en una pensión, eso sí, céntrica, sobre las seis y media de la tarde. Como disfrutaba también de un sueldo privilegiado, podía ir a cenar un menú económico a algún bar cercano, incluso a tomar una cerveza y a mirar —que no a comprar— discos en la calle Tallers.
Mientras tanto, el dueño de mi empresa, además del enorme piso en Sarriá en el que vivía, poseía varios más en Barcelona, un chalet en S’Agaró y conducía un potente coche de importación. Todo ello obtenido, lógicamente, gracias a su espíritu visionario y emprendedor, aunque eso sí, no había sido lo suficientemente sagaz como para darse cuenta de que había firmado unos contratos repletos de privilegios hacia sus aprovechados empleados, entre los que me encontraba yo.
Espero que el señor Rosell tenga que firmar alguna vez un contrato privilegiado, pero porque se lo ofrezcan a él en la oficina del paro.— José María Ruiz García.