Cartas al director

La pobreza muda

Cómo se siente una persona que ha dedicado su vida al trabajo y llega al supuesto momento de “empezar a vivir”: su jubilación. ¿Qué sentirá esa misma persona cuando se agacha —como sus huesos le permitan— para recoger una moneda del suelo en el pasillo del metro?

Ayer, mientras iba al trabajo, seguía el paso a una anciana que, con mucha dificultad, iba mirando papelera, por papelera buscando quién sabe qué. Explicando esa situación, fácilmente podría escuchar: “Esa era otra generación, están acostumbrados… por la guerra, por el hambre”. Es cierto, quizá esa persona que vi ayer pasó hamb...

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Cómo se siente una persona que ha dedicado su vida al trabajo y llega al supuesto momento de “empezar a vivir”: su jubilación. ¿Qué sentirá esa misma persona cuando se agacha —como sus huesos le permitan— para recoger una moneda del suelo en el pasillo del metro?

Ayer, mientras iba al trabajo, seguía el paso a una anciana que, con mucha dificultad, iba mirando papelera, por papelera buscando quién sabe qué. Explicando esa situación, fácilmente podría escuchar: “Esa era otra generación, están acostumbrados… por la guerra, por el hambre”. Es cierto, quizá esa persona que vi ayer pasó hambre y quizá tuvo que dejar de ir al colegio y empezar a trabajar a destiempo.

Pero resulta que en el año 2013, en un país democrático, civilizado, del Primer Mundo, dejamos que haya ancianos y ancianas; jubilados y jubiladas aún “jóvenes”, con su orgullo intacto, con capacidad para hablar de cosas interesantes, ahogándose en la tristeza y la vergüenza de ser pobres otra vez. Pobres, porque después del esfuerzo de una vida entera, ahora tienen que rebuscar en las papeleras o esperar, clandestinamente en la puerta de los supermercados y recoger comida que no puede venderse.

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Algunas personas vuelven a vivir la época de la posguerra en secreto y en silencio, porque es terrible malvivir cuando deberías empezar a vivir sin preocupaciones.

¡Qué tristeza!— Neus Martínez Martín.

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