Editorial

Irán y el amigo Bachar

El desmoronamiento del régimen sirio supone para los ayatolás un decisivo revés estratégico

El secuestro por rebeldes sirios de casi medio centenar de supuestos peregrinos iraníes —llevados a un país en guerra por la agencia de viajes de los Guardianes de la Revolución— ha servido a Teherán como pretexto para poner abiertamente el pie en un conflicto que se internacionaliza por momentos. El apoyo prometido por Irán a Bachar el Asad esta semana en Damasco no se ha hecho de puntillas, sino por boca del representante personal del ayatolá supremo Alí Jamenei.

Ya no es solo que el déspota sirio, ante la imperdonable pasividad de las potencias democráticas, siga aniquilando a sus co...

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El secuestro por rebeldes sirios de casi medio centenar de supuestos peregrinos iraníes —llevados a un país en guerra por la agencia de viajes de los Guardianes de la Revolución— ha servido a Teherán como pretexto para poner abiertamente el pie en un conflicto que se internacionaliza por momentos. El apoyo prometido por Irán a Bachar el Asad esta semana en Damasco no se ha hecho de puntillas, sino por boca del representante personal del ayatolá supremo Alí Jamenei.

Ya no es solo que el déspota sirio, ante la imperdonable pasividad de las potencias democráticas, siga aniquilando a sus compatriotas y reduciendo a escombros los lugares donde crece la rebelión, en un intento desesperado e inútil por aferrarse al poder. La lenta demolición de Siria comienza a cobrar inquietantes perfiles regionales, y no solo por su éxodo de refugiados. Para el Gobierno turco, por ejemplo, da cuerpo a la pesadilla de que emerja en su frontera sur una zona autónoma de kurdos sirios, hermanada con su enemigo interior.

Teherán, que se felicitaba por la primavera árabe, es el actor regional más alarmado por los acontecimientos, por lo mucho que tiene que perder con la caída de El Asad. De ahí su interés por hacer del conflicto parte de otro mucho más amplio, con Estados Unidos y otros poderes hostiles. El enviado de Jamenei dijo en Damasco que Teherán no permitirá la quiebra del “eje de la resistencia”, del que Siria es pieza clave. La expresión es algo más que retórica. Describe una realidad determinante en Oriente Próximo que aglutina al Irán chií, al régimen alauí sirio (rama del chiísmo) y a Hezbolá, la decisiva milicia chií libanesa, punta de lanza contra Israel.

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Desde la revolución iraní de 1979, Teherán y Damasco, pese a sus diferencias, forjaron una entente basada en intereses más que en afinidades. Entre los fundamentales, contener a Israel o sabotear las iniciativas de Washington. Juntos arman y sostienen a los fundamentalistas de Hezbolá y lo hacían con los palestinos de Hamás antes de que se volvieran contra El Asad. Para Irán, la Siria que agoniza es un activo estratégico que garantiza su acceso al Mediterráneo y la posibilidad de llevar sus armas y su influencia hasta la frontera israelí.

La falta de reemplazo de esas capacidades explica la ansiedad de Teherán y su creciente implicación, pese a carecer de palancas relevantes para evitar el desmoronamiento de su único aliado regional de envergadura.

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