CARTA DESDE IBIZA

“¡Es Sir Elton John!!”

El cantante británico actúa en Ibiza en un festival con muchos 'vips' que incluye dos djs y un mercadillo 'hippy'

Elton John, durante su actuación en Ibiza. ISABEL FLORES (EFE)

La tarde era naranja a la orilla de la playa, pero pasadas las nueve el sol se volvió una bola de fuego rojo y el mar se lo tragó de un mordisco. Justo entonces, como si todo estuviera bien ensayado, salió al escenario la estrella del pop, con su larga chaqueta morada de lentejuelas y gafas oscuras. Hizo un ademán para agradecer los aplausos, se sentó ante un elegante piano Yamaha, puso los dedos sobre el teclado y empezó a tocar Your song.

“¡Es una señora!”, exclamaban entre el público.

No. ¡Es ...

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La tarde era naranja a la orilla de la playa, pero pasadas las nueve el sol se volvió una bola de fuego rojo y el mar se lo tragó de un mordisco. Justo entonces, como si todo estuviera bien ensayado, salió al escenario la estrella del pop, con su larga chaqueta morada de lentejuelas y gafas oscuras. Hizo un ademán para agradecer los aplausos, se sentó ante un elegante piano Yamaha, puso los dedos sobre el teclado y empezó a tocar Your song.

“¡Es una señora!”, exclamaban entre el público.

No. ¡Es Sir Elton John!

"Nunca había estado en Ibiza, pero cuando me invitaron no dudé en venir. ¡Estoy encantado de estar aquí!, gritó ayer el artista londinese de 65 años y desató la euforia del público. En las pantallas del escenario caían estrellas cuando comenzó a sonar Madman across the water, un éxito de 1971. Llegaron más temas hasta que Rocket man desterró al piano del escenario. Había pasado media hora, Elton John se levantó y los técnicos por detrás preparaban todo para la siguiente parte del concierto.

Junto a las rocas de Ses Variades había unas amplias y blancas carpas en las que cada tanto entraban vips con pulseras distintivas en la muñeca, gafas negras de diseño, finas camisetas, shorts y minifaldas. Cuerpos de belleza descarada: morenos y sexies. Y poses. Muchas poses. Porque aquí también entran las cámaras de la prensa. Hay actores, actrices, cantantes y celebrities nacionales y extranjeras. El más solicitado era Hugo Silva, “el nuevo chico Almodóvar”. Los camareros reparten decenas de mojitos y canapés. Al fondo está el mar y más acá el escenario. Dos Djs pinchan y pinchan extasiados, lo mismo dance que reguetón. Y los vips se contonean.

Abajo, el público se reparte una enorme alfombra verde que simula césped. La mayoría son “adultescentes”. Ingleses, sobre todo. En bikini. Con el torso desnudo. Con camisetas gastadas. Los pies enfundados en látex o en chanclas. Pero no falta el calvo panzón que se divierte más que todos mientras se retuerce y levanta las manos o la señora de rostro surcado por el tiempo: “¿Qué tal, darling?”. “Aquí hay harto guiri colorao”, dice Tania, una chica morena y sonriente, que cambia euros por bats. Porque esto es el Bacardi Ibiza 1 2 3 Roctronic Festival, un evento con su propia moneda: pequeña, con el murciélago del patrocinador en blanco sobre un fondo negro. La gente entrega 10 euros y le dan cinco bats. Con eso se puede comprar bebidas y algo para picar. Un bocadillo cuesta tres bats.

Muy cerca de la carpa-casa de la moneda, dos esculturas de Buda enmarcan la entrada de un pequeño espacio con dos camillas. “Hola, guapo. ¿Te apetece un masaje?”, dice con sensual mirada una mujer rubia y esbelta. “Diez minutos, 15 euros... Pero si te va a encantar. Entra”. “Va a entrar tu puta madre”, le grita un hombre maduro. Pero la rubia no le hace caso. Mejor muestra sus manos con restos de aceite aromático, como último recurso para convencer.

En eso pasa un hombre bajito y moreno, con un chaleco verde fosforescente. Se llama Juan, es boliviano, vive desde hace 10 años en Ibiza, suele trabajar como albanil “cuando se puede”, y esta aquí porque lo han contratado durante tres días para que recoja la basura. Anda entre el público, esquivando cuerpos, humores y olores, agachado, con unos guantes de látex, metiendo en una bolsa negra vasos de plástico, envoltorios, pedacitos de patatas fritas, pajitas negras, cajas de chicles... “Ya llevo unas 50 bolsas, ¿cómo ve? Y eso que no hay tanta gente, ¿cómo ve? La cosa está tranquila, ¿cómo ve?... No, yo ni pongo atención en los artistas, ¿cómo ve? Como no entiendo mucho de esta música, pues...”, explica mientras sigue recogiendo basura.

Más allá han instalado un mercadillo. Hippy. Que no se diga que en esta isla se ha esfumado el flower power. Hay collares, camisetas estampadas con el rostro del Che o Mao distorsionados, vestidos floreados, velas aromáticas, cinturones de todos los colores, pulseras de cuero... Pero la gente solo ve y no compra. Prefiere gastar sus bats en una cervezas, en un mojito o en un perrito caliente.

El calor no es excesivo. Se está bien. El sol ha dejado su furia para concentrarse en su nuevo tono rojo. Fue entonces cuando la tarde naranja se esfumo y Sir Elton John regresó. Después de ofrecer sus clásicos, cogió el micrófono y se dirigió al respetable: “Siempre me ha gustado la música dance, solo que no sabía hacerla. Pero hace tres años conocí a unos tíos y hoy queremos presentarles algo”.

Entonces, Nick Littlemore y Peter Mayes, el dúo australiano Pnau, salieron corriendo con unas chilabas blancas, que más parecían una camisa de fuerza, y ellos unos locos de atar, hasta llegar al lado del cantante. Provocaron gritos y revitalizaron la fiesta con una inyección de adrenalina.Y con Elton en el teclado electrónico presentaron lo que han hecho juntos: Turn around and say god morning to the night, una pegadiza canción fácil de aprender, que al instante todos empezaron a corear. Dos, tres temas y ya era de noche cuando la estrella británica se despidió pero antes se puso de espaldas para que el público viera la parte de atrás de su brillante chaqueta. Tenía escrita la palabra “Fantastic” con letras rojas. Pnau siguió en el escenario y poco a poco, los espectadores comenzaron a marcharse. Ya de madrugada, la luna llena coronaba el cielo y a la orilla del mar la calma comenzaba a instalarse. Después de todo, esto es Ibiza. Y aquí no hay prisa.

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