Editorial

Una guerra fallida

Occidente no debe abandonar Afganistán a su suerte con una salida precipitada

La de Afganistán es la guerra más larga librada por EE UU fuera de su territorio, y tras más de 10 años y la participación de la OTAN y unos 50 países en ella, no se vislumbra su fin. Lejos de mejorar, la situación se está acercando peligrosamente a una nueva guerra civil. Tras el asesinato de 16 civiles por un soldado de EE UU enloquecido, y la reciente profanación de ejemplares del Corán por tropas norteamericanas, que provocó altercados y la muerte de dos militares en el recinto supuestamente seguro del Ministerio del Interior en Kabul, los afganos expresan su rechazo abierto a la presencia...

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La de Afganistán es la guerra más larga librada por EE UU fuera de su territorio, y tras más de 10 años y la participación de la OTAN y unos 50 países en ella, no se vislumbra su fin. Lejos de mejorar, la situación se está acercando peligrosamente a una nueva guerra civil. Tras el asesinato de 16 civiles por un soldado de EE UU enloquecido, y la reciente profanación de ejemplares del Corán por tropas norteamericanas, que provocó altercados y la muerte de dos militares en el recinto supuestamente seguro del Ministerio del Interior en Kabul, los afganos expresan su rechazo abierto a la presencia militar extranjera, vista crecientemente como una ocupación.

Aunque algunas cosas hayan mejorado marginalmente, no se puede decir que en esta década se haya construido un país. Afganistán sobrevive gracias a un renovado cultivo de opio. La Administración corrupta del presidente Karzai no cuenta con el apoyo de una parte importante de la población, los pastunes. Estos se sienten incluso más próximos a los talibanes, con los que EE UU está negociando su participación en el futuro de Afganistán, un paso inevitable pero que puede poner en peligro uno de los logros conseguidos, como es la escolarización de gran parte de las niñas.

El objetivo inicial de EE UU no era construir un país. Esta guerra se inició tras los atentados del 11-S de 2001 para desalojar Al Qaeda de Afganistán, donde había encontrado en el régimen de los talibanes un santuario. Hoy los propios mandos de EE UU reconocen que no quedan en el país afgano más de un centenar de miembros de la organización terrorista; aunque puede haber bastantes más en el vecino Pakistán, desestabilizado y mucho más amenazante.

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Pero alguno de los argumentos esgrimidos para intervenir, como el trato brutalmente discriminatorio a las mujeres, está plenamente vigente y promete empeorar.

Francia retirará sus tropas a finales de 2013. El Gobierno del PP retrasará la salida de las españolas a la segunda mitad del año en curso. Obama, que dobló el número de soldados con relación a Bush, mantiene la fecha objetivo, finales de 2014, para que EE UU deje de cumplir misiones de combate allí, aunque su presencia militar pueda alargarse 10 años más. La cumbre de la OTAN en Chicago en mayo debe ser la ocasión para poner ordenadamente fin a una guerra mal orientada y mal llevada, pero desde un sentido de la responsabilidad. Tras 10 años de esta guerra, Occidente no debe abandonar Afganistán a su suerte.

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