Pedro y la LÓVA
El pedagogo musical Pedro Sarmiento no era músico, era un político, era un cuerpo que bailaba, un humano que disfrutaba. Su proyecto educativo LÓVA buscaba un aprendizaje significativo, una experiencia física
Pedro Sarmiento siempre decía que él no era un músico; también decía que LÓVA (La Ópera, un Vehículo de Aprendizaje, el proyecto educativo procedente de Estados Unidos que impulsó en España en el año 2007) no era un proyecto musical, y tenía razón: aprovechando la complejidad y la diversidad de los lenguajes escénicos, utilizaba la ópera como vehículo para otras cosas, muchas de ellas bastante más importantes. El pasado marzo nos dejó.
Recuerdo cuando me contó que un grupo que hacía LÓVA había escogido la muerte como tema principal de su ópera, y que las profesoras, las madres y ...
Pedro Sarmiento siempre decía que él no era un músico; también decía que LÓVA (La Ópera, un Vehículo de Aprendizaje, el proyecto educativo procedente de Estados Unidos que impulsó en España en el año 2007) no era un proyecto musical, y tenía razón: aprovechando la complejidad y la diversidad de los lenguajes escénicos, utilizaba la ópera como vehículo para otras cosas, muchas de ellas bastante más importantes. El pasado marzo nos dejó.
Recuerdo cuando me contó que un grupo que hacía LÓVA había escogido la muerte como tema principal de su ópera, y que las profesoras, las madres y los padres protestaron e intentaron cambiar este tema que las niñas y niños habían elegido libremente. LÓVA evidencia el carácter político de lo educativo y pretende explorar las dinámicas del autogobierno y del gobierno con los demás; una experiencia compleja que pone en relación las nociones de interdependencia y que desata las tensiones que tienen que ver con los flujos de poder hacia dentro y hacia fuera de una misma.
LÓVA es conocimiento encarnado, encuerpado: su propuesta es pasar de la representación de la vivencia, que rara vez produce un aprendizaje significativo, a la experiencia física: hacer un presupuesto, clavar un clavo, redactar el texto del libreto, comunicar el evento y, a lo mejor, tocar un instrumento. No se trata de hacer como si se hicieran todas esas cosas. Nada que ver. LÓVA es hacerlas, pasárnoslas por el cuerpo, practicarlas, experimentarlas, vivirlas, llorarlas, reírlas, amarlas, odiarlas.
LÓVA huye de una de las nociones que más han dañado a la educación artística: el virtuosismo. Frente al esfuerzo, ese que solo nos lleva al fracaso, LÓVA apuesta por el placer, y Pedro esto lo tenía muy claro: el extrañamiento, lo inesperado, la sorpresa y la dopamina estaban siempre a la vuelta de la esquina. Una esquina que no se llenaba con versos, sino que era un verso. Un verso que nos pone en jaque, que potencia desacuerdos y heridas, que nos hace ir hacia atrás, algo igual de importante que ir hacia delante.
Cada proyecto de LÓVA dura lo que tiene que durar; se cuidan los tiempos de maduración necesarios, ni menos ni más, y esto nos ofrece la posibilidad de cuestionarnos qué significa avanzar, conseguir, lograr. Lo de menos es el día de la representación final, porque se entiende como una celebración del proceso que se ha llevado a cabo y en el que se han involucrado madres, padres, tíos y amigos, generando una comunidad intergeneracional increíblemente parecida a la vida.
Y es que Pedro no era músico, era un político, era un cuerpo que bailaba, un humano que disfrutaba. Era ese señor que quitaba el reloj de la pared, que nos invitaba a ir al teatro, no para que aplaudiéramos, sino para encontrarnos.
Pedro era LÓVA. Pero LÓVA no es pasado, es ahora.
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