Ciudades ‘start-up’ en la era de la innovación azul
Si Barcelona y Madrid se considerasen un corredor de atracción del talento su peso igualaría al del Silicon Valley
En un reciente tuit, el consejero delegado de Airbnb, Brian Chesky, afirmaba: “La gente ya no se va de vacaciones a un Airbnb, sino que ahora ya se puede vivir en Airbnb”. Su comentario hacía alusión a una de las paradojas más interesantes que la crisis de la covid nos ha dejado: mientras el mundo de las cosas se ha desglobalizado parcialmente (disrupción de las cadenas de suministro), el mundo del talento es cada vez más ubicuo y global, como consecuencia del desacoplamiento ...
En un reciente tuit, el consejero delegado de Airbnb, Brian Chesky, afirmaba: “La gente ya no se va de vacaciones a un Airbnb, sino que ahora ya se puede vivir en Airbnb”. Su comentario hacía alusión a una de las paradojas más interesantes que la crisis de la covid nos ha dejado: mientras el mundo de las cosas se ha desglobalizado parcialmente (disrupción de las cadenas de suministro), el mundo del talento es cada vez más ubicuo y global, como consecuencia del desacoplamiento entre el lugar de trabajo y la sede tradicional de la empresa. Es decir, siguiendo el hilo de Brian Chesky, hoy es posible, para muchas personas, vivir de Airbnb en Airbnb, como el juego de la oca, gracias a la normalización del trabajo remoto. Aunque este escenario laboral completamente remoto aplica sólo a un 15% del empleo, los formatos híbridos ya son una realidad (50% del total, según Gartner). Es más, según Mercer, el 90% de las empresas que aplican este tipo de esquemas mejoran su productividad.
El talento deja de ser un stock y se convierte en un flujo en constante evolución, de manera que surgen oportunidades para la creación de nuevos focos de innovación. Silicon Valley exporta talento a Los Ángeles, Austin y Miami, entre otras, mientras que en Europa irrumpen nuevas oportunidades para ciudades como Lisboa o Málaga. Con esta nueva fluidez, la ventaja competitiva de una ciudad según su legado histórico es hoy menos obvia, de forma que su gestión es cada vez más parecida a la de una start-up, para las ciudades emergentes, o bien a la de una empresa en transformación, para las ciudades más establecidas. Nicolas Colin, uno de los grandes estudiosos de los ecosistemas de innovación y emprendimiento, dice que las dos grandes barreras para el crecimiento de un ecosistema innovador son la fragmentación del mercado y la dificultad para experimentar. En otras palabras, una de las ventajas del Silicon Valley fue su rápido acceso a un mercado de 300 millones de personas y al 30% de las 500 compañías más grandes del planeta, así como disponer de un sistema de experimentación con barreras bajísimas, tanto en el ámbito operativo como cultural.
Las ciudades de hoy necesitan a un consejero delegado (alcaldía) que rija el día a día de la ciudad, su core business. Pero también requieren de un explorador que trabaje en dos direcciones aparentemente contrapuestas. Por un lado, creando una narrativa sobre el futuro de la ciudad que sea inspiradora y que tenga magnetismo suficiente para atraer a los nuevos flujos de talento global, recursos e inversión. Esta narrativa tiene que ser auténtica, ya que no hay nada peor que pretender ser el “Silicon Valley de…” o el “Uber de…”. Tampoco se resuelve con ser una smart city, ya que no habrá ciudad que no lo sea en 20 años. Toda región urbana tendrá su gemelo digital, pero los datos tienen que servir a un propósito. Por otro lado, el explorador no sólo inspira, sino que también hace un trabajo de jardinería para allanar el camino y eliminar trabas y barreras, aspecto que es crucial para la innovación y la atracción de talento.
La innovación se atasca, en primer lugar, porque nos dispersamos, lo cual es fatal, porque cualquier innovación requiere paciencia para que tome forma, para llegar a una síntesis que sea digerible, viable y ejecutable. Se necesita una tesis del futuro de la ciudad, e ir armando opciones, semillas, alrededor de esa tesis. En segundo lugar, la innovación sufre porque no somos capaces de cuestionarnos aspectos fundamentales de nuestra idea del mundo. Como demostró el profesor de Pensilvania Philip E. Tetlock, existe evidencia científica de la poca fiabilidad del experto para predecir resultados futuros. A este le condena su confianza en sí mismo y en que el futuro se comportará como una extrapolación del pasado, cuando realmente es menos lineal de lo que parece.
Del mismo modo, las organizaciones, incluyendo las ciudades, se miran demasiado al ombligo, y temen perder su propia identidad, su statu quo, en lugar de dejarse llevar y colaborar de forma mucho más abierta, permitiéndose, incluso, disrupcionarse en pequeñas dosis. Finalmente, al explorador no se le evalúa por logros, sino por aprendizajes. No se le valora por rendir en el presente cuentas del pasado, sino por traer el futuro hacia el presente. Cuando las trabas administrativas capan tu capacidad de experimentar, o bien se te mide constantemente, ya no te la juegas. La ciudad necesita su propio espacio de experimentación, su propio laboratorio X, como el moonshot factory de Google en Mountain View. Quizás esas sean las “zonas francas” del futuro (zonas francas de trabas para experimentar y emprender).
En este contexto, hemos creado un índice, el MBA City Monitor, que sirve de punto de partida para iniciar el círculo virtuoso del talento y la capacidad de las ciudades para crear bienestar futuro. Utilizamos este índice como un predictor de la capacidad de una ciudad para atraer talento en términos más generales. La base principal de este indicador es el volumen de estudiantes internacionales de programas MBA que una ciudad (región urbana) es capaz de atraer. Nos centramos en los estudiantes internacionales de programas MBA listados por Financial Times, porque la decisión de estos estudiantes es extremadamente costosa (por la alta matrícula, en ocasiones comparable a una hipoteca; por el alto costo de oportunidad, debido a la renuncia de ingresos durante uno o dos años; así como por los propios costes de búsqueda y preparación). Al acarrear un esfuerzo tan elevado en la toma de decisiones, creemos que dicha decisión es un predictor excelente de la atracción de talento. Completamos el índice con dos métricas adicionales: la inversión de capital riesgo que la ciudad ha recibido en los últimos cinco años y la base instalada de universidades tecnológicas líderes mundiales. El ranking, que lideran Londres, Boston, Nueva York y el Silicon Valley, muestra también la fortaleza de Barcelona (6) y Madrid (13).
De forma provocativa, si estas dos ciudades de rango global, separadas únicamente por 2,5 horas en tren, fueran consideradas un corredor de atracción de talento, tendrían en esta lista un peso similar al del Silicon Valley. Pero aún más relevante, consideramos que este índice conlleva una invitación a esta parte del mundo a aprovechar una ventana de oportunidad histórica, convirtiendo el sur de Europa y, especialmente, el Mediterráneo en el gran “ecosistema azul” de la innovación. El Barcelona Supercomputing Center decidió llamar MareNostrum, antigua denominación del Mediterráneo, a su emblemático superordenador. Ojalá sea esta una premonición del nuevo esplendor de este lugar del planeta.