Opinión

Wall Street no puede acabar con Bernie

Quiere devolverle alguna decencia a la vida norteamericana: sanidad universal y mejores salarios

Tomas Ondarra Galarza

El narcisismo y el desconcierto de la élite de Wall Street es una maravilla para cualquier observador. Sentados en sus pedestales de poder, y disfrutando de exenciones impositivas, dinero fácil y mercados bursátiles en alza [hasta la crisis del coronavirus], están seguros de que todo está perfecto en este, el mejor de los mundos posibles. Los críticos deben ser tontos o demonios.

Cuando he mencionado en reuniones con este segmento de la población mi apoyo al candidato presidencial norteamericano Bernie Sanders, he ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

El narcisismo y el desconcierto de la élite de Wall Street es una maravilla para cualquier observador. Sentados en sus pedestales de poder, y disfrutando de exenciones impositivas, dinero fácil y mercados bursátiles en alza [hasta la crisis del coronavirus], están seguros de que todo está perfecto en este, el mejor de los mundos posibles. Los críticos deben ser tontos o demonios.

Cuando he mencionado en reuniones con este segmento de la población mi apoyo al candidato presidencial norteamericano Bernie Sanders, he recibido resuellos audibles, como si hubiera invocado el nombre de Lucifer. Están seguros de que Sanders es inelegible o de que, si por algún motivo resulta elegido, generará el colapso del país. En diferentes grados, los mismos sentimientos se pueden encontrar en medios “liberales” como The New York Times y The Washington Post.

Este desdén es elocuente y, a la vez, absurdo. En Europa, Sanders sería un socialdemócrata tradicional. Quiere devolverle alguna decencia básica a la vida norteamericana: atención médica universal financiada por el sistema; salarios por encima de la pobreza para los trabajadores a tiempo completo, además de beneficios básicos, como la baja familiar tras el nacimiento de un hijo y baja remunerada por enfermedad; educación universitaria que no sumerja a los adultos jóvenes en una deuda de por vida; elecciones que los multimillonarios no puedan comprar; y políticas públicas determinadas por la opinión pública, y no por el lobby corporativo (que alcanzó 3.470 millones de dólares en Estados Unidos en 2019).

El público norteamericano respalda todas estas posturas en grandes mayorías. Los ciudadanos de este país quieren que el Gobierno asegure una atención médica para todos. Quieren mayores impuestos a los ricos. Quieren una transición a energías renovables. Y quieren límites a los altos volúmenes de dinero en la política. Estas son todas posturas centrales de Sanders, y todas son moneda corriente en Europa. Sin embargo, con cada victoria del candidato en las primarias, la élite desconcertada de Wall Street y sus analistas favoritos se rompen la cabeza pensando cómo un “extremista” como Sanders puede ganar las elecciones.

Un análisis del desconcierto de Wall Street se puede ver en una entrevista reciente de Financial Times a Lloyd Blankfein, ex consejero delegado de Goldman Sachs. Blankfein, un multimillonario que ganó decenas de millones de dólares al año, sostenía que él es simplemente “acomodado”, no rico. Y lo más curioso es que lo decía en serio. Ya ven, Blankfein es un multimillonario de un dígito bajo en una era en la que más de 50 norteamericanos tienen un patrimonio neto de 10.000 millones de dólares o más. Cuán rico uno se siente depende del grupo de pares. El resultado, sin embargo, es el menosprecio sorprendente de la élite (y de los medios de la élite) por las vidas de la mayoría de los norteamericanos. O no saben o no les importa que decenas de millones de norteamericanos carecen de una cobertura médica básica y que los gastos médicos hacen quebrar a unas 500.000 personas cada año, o que uno de cada cinco hogares norteamericanos tiene un patrimonio neto cero o negativo y que a casi el 40% le cuesta satisfacer sus necesidades básicas.

Y la élite no percibe a los 44 millones de norteamericanos aquejados por una deuda estudiantil que llega a 1,6 billones de dólares, un fenómeno esencialmente desconocido en otros países desarrollados. Y mientras que los mercados bursátiles se han disparado en los últimos años, enriqueciendo a las élites, las tasas de suicidio y otras “muertes por desesperación” (como las sobredosis de opioides) también se han disparado, en tanto la clase trabajadora ha caído aún más en la inseguridad financiera y psicológica.

Una razón por la que las élites no perciben estos datos básicos es porque nadie les ha pedido que rindieran cuentas durante mucho tiempo. Los políticos norteamericanos de ambos partidos han venido cumpliendo órdenes por lo menos desde que el presidente Ronald Reagan asumió la presidencia en 1981 e introdujo cuatro décadas de recortes impositivos, ataques a los sindicatos y otras prebendas para los superricos. La confraternidad de Wall Street y Washington está bien captada en una foto de 2008 que vuelve a circular: Donald Trump, Michael Bloomberg y Bill Clinton están jugando juntos al golf. Es una gran familia feliz.

El compadreo de Clinton con los multimillonarios de Wall Street es revelador. Esa era la norma para los republicanos allá por comienzos del siglo XX, pero los vínculos estrechos de Wall Street con los demócratas son más recientes. Como candidato presidencial en 1992, Clinton operó para vincular al Partido Demócrata con Goldman Sachs a través de su entonces copresidente, Robert Rubin, que luego se convirtió en secretario del Tesoro de Clinton.

Con el respaldo de Wall Street, Clinton ganó la presidencia. Desde entonces, ambos partidos han estado en deuda con Wall Street por financiar las campañas. Barack Obama siguió el manual de estrategias de Clinton en la elección de 2008. Una vez en el poder, Obama contrató a los acólitos de Rubin para conformar su equipo económico.

Wall Street, por cierto, ha recuperado en especies el dinero que invirtió en las campañas. Clinton desreguló los mercados financieros, permitiendo el crecimiento de gigantes como Citigroup (del cual Rubin fue director después de dejar la Casa Blanca). Clinton también puso fin a los pagos de asistencia social para las madres solteras pobres, lo cual tuvo efectos perjudiciales en los niños jóvenes, y redobló el encarcelamiento masivo de hombres jóvenes afroamericanos. Obama, por su parte, básicamente les dio un pase libre a los banqueros que causaron la crisis de 2008. Recibieron dinero de rescate e invitaciones a cenas en la Casa Blanca, en lugar del tiempo de cárcel que muchos de ellos merecían.

Con la megaarrogancia de un megamultimillonario, el exalcalde de la ciudad de Nueva York Michael Bloomberg pensaba que podía comprar la candidatura demócrata gastando mil millones de dólares de su fortuna de 62.000 millones en avisos de campaña, y luego derrotar al otro multimillonario Donald Trump en noviembre. Este probablemente también sea un caso de desconcierto. Las perspectivas de Bloomberg se desinflaron tan pronto como apareció en el escenario del debate con Sanders y otros candidatos demócratas, quienes le recordaron a los espectadores el pasado republicano de Bloomberg, acusaciones de un entorno laboral hostil para las mujeres en la empresa de Bloomberg y de su apoyo de tácticas policiales duras contra hombres jóvenes afroamericanos y latinos.

Nadie debería subestimar el diluvio de histeria que Trump y Wall Street intentarán promover en contra de Sanders. Trump acusa a Sanders de intentar convertir a Estados Unidos en Venezuela, cuando Canadá o Dinamarca son las comparaciones obvias. En el debate de Nevada, Bloomberg ridículamente calificó de “comunista” el respaldo de Sanders por una representación de los trabajadores en las juntas corporativas, como en la política de codecisión de Alemania.

Pero los votantes norteamericanos están oyendo algo diferente: atención médica, educación, salarios decentes, baja por enfermedad pagada, energía renovable y el fin de las exenciones impositivas y de la impunidad para los superricos. Todo suena sumamente sensato, de hecho convencional, cuando uno suprime la retórica de Wall Street, que es la razón por la cual Sanders ha venido ganando, y puede volver a ganar en noviembre.

Jeffrey D. Sachs, profesor de Desarrollo Sustentable y profesor de Políticas Públicas y Gestión en la Universidad de Columbia, es director del Centro de Desarrollo Sustentable de Columbia y de la Red de Soluciones para el Desarrollo Sustentable de las Naciones Unidas.

Archivado En