Más allá de lo académico: así refuerzan las extraescolares creativas competencias clave en el desarrollo infantil
Además de su función lúdica, las actividades que estimulan la imaginación tienen numerosos beneficios cognitivos, emocionales y sociales
Hace tiempo que las artes no son solo manualidades y desde hace años se sabe que las actividades extraescolares son mucho más que un simple pasatiempo: cuando las aulas cierran y los niños bajan raudos por las escaleras, estas propuestas permiten trabajar habilidades y competencias que serán fundamentales en su desarrollo, generando un amplio impacto que va desde lo emocional hasta lo académico y social. La evidencia es numerosa: un metaanálisis realizado por científicos de la Universidad de Granada en 2022, por ejemplo, halló que tocar un instrumento musical beneficia múltiples habilidades cognitivas como la memoria y la concentración, mientras que la práctica instrumental puede llegar a aumentar el coeficiente intelectual del menor hasta en tres puntos.
Pero ¿a qué se debe esta influencia tan positiva? “La creatividad activa áreas del cerebro que no se abren con ninguna otra faceta. Los niños y niñas son imaginativos por naturaleza, y la plasticidad cerebral que tienen en la primera etapa de su infancia les hace aprender de todo lo que van experimentando”, explica Alejandra Melús, pedagoga y experta en inteligencia emocional. Al sumergirse en la creación artística, los niños amplían su lenguaje simbólico y aprenden a generar ideas originales para resolver desafíos. El problema, señala, es que el entorno coarta mucho esa creatividad (“todo se mueve por fichas, rincones, temáticas”) y, si no se cultiva ahora de forma espontánea, más adelante habrá que forzarla.
“Los menores empiezan pronto a descubrir la mirada del otro, y esa mirada puede ser evaluativa, puede ser crítica y tener una carga juiciosa que sin querer vamos perdiendo al crecer. Por eso es tan importante aplicar el juego y la creatividad a cualquier ámbito más allá del currículum”, explica, por su parte, Sofía Barrón, profesora del Grado en Educación Primaria de la Universidad Internacional de Valencia (VIU). A través de actividades como las artes, la música o la danza, añade, se potencian y trabajan aspectos esenciales como la expresión personal, la capacidad de imaginar y de inventar y un análisis crítico de la realidad.
¿Qué beneficios tienen las extraescolares creativas?
La creatividad no pertenece a un área concreta, sino que está presente en multitud de disciplinas, desde las artes plásticas a la música, la danza, los experimentos científicos o incluso las matemáticas o la lengua. Lo importante, señalan las expertas, es que sean actividades que de verdad interesen al niño o niña, o que se correspondan con algo que se les de bien y que se quiera potenciar, y sobre todo no sobrecargar una agenda que muchas veces ya es suficientemente extensa tras la larga jornada escolar: “Todo aquello que nos causa una emoción nos genera un aprendizaje y una motivación para seguir aprendiendo. Y la creatividad va muy ligada a todo este desarrollo emocional y a la parte social”, recuerda Melús.
Aunque parezca de perogrullo, es necesario tener siempre presente esta máxima: a la hora de elegir, hay que escuchar a los niños. “No hay que dar por sentado que los pequeños no tienen una capacidad crítica sobre lo que les gusta y lo que no, ya sea cantar en el coro, tocar la guitarra, hacer teatro o aprender robótica. Porque quizá las que a ti te parece que son las mejores para ellos acaban no siéndolo. A saber qué profesiones habrá cuando ellos lleguen a mayores, y cómo van a desarrollar sus habilidades”, sostiene Barrón.
Eso sí, siempre se debe valorar el proceso “y nunca el resultado, por muy espectacular que pueda ser, porque a menudo no implica que sea el proceso más creativo de todos”, esgrime la profesora de VIU. Una de las mayores ventajas de estas experiencias es que, al suceder fuera del horario escolar, no hay notas ni calificaciones, y ninguna respuesta es errónea, lo que a su vez ayuda a fomentar la tolerancia tanto hacia uno mismo como hacia los demás. “De alguna forma, tu manera de interpretar una obra de arte es tan válida como la de tu compañero de al lado, aunque sea al nivel de las edades a las que nos estamos refiriendo”, añade.
Si se dan los condicionantes mencionados, participar en este tipo de actividades extraescolares tiene beneficios tanto cognitivos y académicos como emocionales y sociales. Está comprobado, por ejemplo, que la música y las artes fortalecen el procesamiento del lenguaje, lo que conlleva una mayor habilidad lectora e incluso una pronunciación más precisa en un segundo idioma; pero además suponen un canal privilegiado para entender y gestionar sus emociones, contribuyen a forjar una autoestima sana y promueven el bienestar psicológico en jóvenes y adolescentes, reduciendo la posibilidad de sufrir estrés o ansiedad. Así, improvisar, actuar o bailar frentes a otros les enseña a manejar los nervios y les hace sentirse capaces, lo que posee efectos positivos en muchos otros ámbitos de su vida.
Y, por supuesto, tiene unos beneficios sociales: “Al final, son actividades en las que tengo que convivir con otros, en las que tengo que esperar un turno y donde debo comprender que existen unas normas y unos límites que es necesario respetar”, sostiene Melús. Y, por supuesto, también se refuerzan el trabajo en equipo y las habilidades sociales: en un taller de teatro o en un grupo de música o de danza, los niños deben coordinarse con sus compañeros, escuchar otras ideas y trabajar juntos para conseguir un objetivo común.
La creatividad también se potencia en casa
En cualquier caso, no siempre es necesario recurrir a actividades programadas o de pago para estimular la imaginación infantil. La creatividad también puede florecer en lo cotidiano, en espacios compartidos dentro del hogar que, a menudo, se pasan por alto: basta con dedicar tiempo de calidad y atención plena, y no olvidar que dentro de esa agenda diaria, los niños siempre necesitan tiempo para poder jugar. Un tiempo libre que también tiene sus enseñanzas, ya que en el proceso aprenden a hacerse cargo de sus juguetes, a sacar y recoger lo que necesiten, y a entender que todo tiene su rutina.
“La mayoría de las familias no encuentran un tiempo fijo para poder jugar con sus hijos por las tardes. Y el proponerse jugar unas horas sin móviles, sin pantallas ni distracciones, provoca muchas más situaciones”, afirma Melús. Ese gesto sencillo, explica, refuerza los lazos afectivos y ofrece al niño la seguridad de contar con un entorno cercano y disponible siempre que lo necesite; y permite, al mismo tiempo, que la creatividad y la espontaneidad surjan de manera natural dentro de casa, sin necesidad de recurrir a actividades programadas.
Se trata, en definitiva, de recuperar la complicidad familiar y de abrir pequeños paréntesis en la rutina diaria. Porque inventar un juego, contar un cuento antes de dormir o salir a dar un paseo sin prisas puede ser tan estimulante como participar en una clase de teatro o de música. La clave está en dejar espacio para el asombro, propiciando momentos en los que, libres de la presión de los resultados, la curiosidad sea el motor del aprendizaje, y donde los niños puedan probar, equivocarse y descubrir libremente y a su propio ritmo.
Al final, lo que está en juego no es únicamente ocupar el tiempo libre, sino abrir horizontes. Cada actividad que invita a imaginar, ensayar, crear o descubrir es una oportunidad de gran valor para que los niños se reconozcan capaces, curiosos y resilientes, sin importar si se trata de un instrumento, un escenario, un pincel o un experimento. Lo esencial es que encuentren espacios donde equivocarse sea una parte natural del camino y compartir con otros multiplique el aprendizaje. Porque es ahí, en esa combinación de libertad, juego y acompañamiento, donde la creatividad deja de ser un añadido y se convierte en una herramienta vital para crecer.