La feria resiste a la montaña rusa económica
Los carruseles, casetas y puestos celebran la afluencia de público pero coinciden en las estrecheces económicas de los visitantes
La vida se ve distinta desde lo alto del Ratón Vacilón. Desde allí se atisban hormiguitas mordisqueando algodón de azúcar, estampándose en los coches de choque, disparando con carabinas, jugándose los cuartos a la tómbola o chillando en las atracciones vertiginosas. Para cuesta, no obstante, la de septiembre y, en general, la de los últimos años. El público vigila el bolsillo ante el aumento de gastos y lo notan los feriantes, nómadas conocedores de la salud de las economías nacionales. La inflación ha dado tregua en 2023 pero las carteras populares siguen tiesas frente a gastos aún desbordado...
La vida se ve distinta desde lo alto del Ratón Vacilón. Desde allí se atisban hormiguitas mordisqueando algodón de azúcar, estampándose en los coches de choque, disparando con carabinas, jugándose los cuartos a la tómbola o chillando en las atracciones vertiginosas. Para cuesta, no obstante, la de septiembre y, en general, la de los últimos años. El público vigila el bolsillo ante el aumento de gastos y lo notan los feriantes, nómadas conocedores de la salud de las economías nacionales. La inflación ha dado tregua en 2023 pero las carteras populares siguen tiesas frente a gastos aún desbordados. El sector resiste a las subidas de precios y celebra el ánimo social pese a su presupuesto reducido.
El Real de la Feria de Valladolid nubla los sentidos desde lejos. La música sacude los oídos, las luces brillantes desbordan las retinas y el olor a azúcar haría palidecer a un cardiólogo. Familias con niños eligen sus casetas favoritas, los adolescentes camelan en las atracciones infartantes y puestos como las tómbolas o de lanzar dardos reúnen a un crisol demográfico. Helena Gómez e Irene Lago, de 21 años, acuden fieles al bingo pero restringen la inversión en las atracciones: “¡Cada año están más caras!”.
Las más fuertes cuestan cinco euros por viaje y 3,5 valen las medias, como los coches de choque en cuya barandilla se sientan para observar las escenas de supervivencia. El dueño del tinglado a sus 23 años, Óscar Martín, hijo de feriantes, considera inevitable “repercutir en la ficha” el gasto de instalarse en el recinto, tasas para las caravanas, los salarios, el gasoil de desplazarse, la cuota de autónomos, los alimentos o la electricidad: “Pago más de 30.000 euros por cinco puestos”. La temporada, relata, ha mostrado el subibaja instalado desde las restricciones del coronavirus, agitado con la guerra de Ucrania. La gente tiene ganas de divertirse y se asoma por las barracas pero mide mucho los fondos: “Las familias miran más el bolsillo”.
Las versiones coinciden con el presidente de la Asociación de Feriantes de Valladolid, Félix Galicia, de 60 años. No existe un colectivo nacional que los aglutine a todos, pero él representa a sus compañeros pucelanos: “Ha sido un verano raro, en algunas bien y en otras regular, pero en general bien. La gente tiene ganas pero gasta menos, hay sectores más flojos como los carruseles o atracciones de los niños”. Los clientes, añade, siguen acusando la exigente cesta de la compra y limitan las partidas para ocio, un clásico en la ley del feriante. Al menos este año esperan una bajada general en el coste de la electricidad, pues en 2022 entre todos los feriantes consumieron 148.000 euros contra los 70.000 habituales. Cada cual mide su consumo con contadores y abona lo correspondiente, con las montañas rusas como grandes gastadoras.
La inflación tiene al azúcar y al aceite como una de las más graves víctimas, daño tangible en Eurochurrerías Chani, emblema de los churros y de la freiduría. La propietaria, María Pérez, de 26 años, agradece la confianza de clientes fieles por mucho que les atosigue llegar a fin de mes. Pérez dedica 15.000 euros a pagar a la plantilla y a gastos diversos, de modo que lamenta un pasado domingo lluvioso, que reduce los 1.200 euros que pueden ingresar el último día de la semana. “Han crecido un 40% precios como el butano y los costes generales respecto a otros años, hemos tenido que aumentar 50 céntimos los precios, antes venían a gastarlo todo y ahora comparan precios o dan más paseos”, sintetiza la gerente. Las penurias se notan hasta en el estómago. Begoña García, de 58 años, lo constata al servir esponjosos y rosados algodones de azúcar: “Ahora nos piden uno para tres personas, pero la gente viene, que es lo importante, a pesar de la cuesta de septiembre y de los gastos del colegio”.
El suelo tapado por boletos rotos evidencia la cercanía de la tómbola. El frenético Juan Manuel Ortega, con 53 de sus 67 años en esta profesión itinerante, lidera la emblemática Tómbola Antojitos. “Los precios de la calle y los costes han subido, se han multiplicado gastos”, expone Ortega, tras desembolsar 11.000 euros por instalarse allí. Cuando acaben las tres semanas de festejo calculará el montante desembolsado. Lo único que no ha subido, celebra, es la mercancía que ofrece: desde juguetes a minimotos o electrodomésticos, pues se han abaratado ligeramente los precios de los contenedores recibidos desde China. Lo que no baja es la gasolina de los dos camiones abarrotados de artículos que recibe feria a feria para ofrecerlas al público.
Tamara Hernández y Vicente Méndez, de 44 y 42 años y sendos hijos pidiendo dejarse la herencia en la feria, representan esta nueva actitud y constatan el incremento de precios. Esta familia sigue una táctica: los chavales pueden montarse en dos carruseles y coger algo para merendar, nada más, porque no hay mucho más margen. Duro momento tener 10 años y elegir entre el canguro loco, la uve, el sofisticado Skylab y demás ingenios del entretenimiento. La casa del terror, de cuyas puertas escapan grupos que han pagado cinco euros por ser asustados, se encuentra justo al lado de un bucólico carrusel, más asequible y menos excitante. Los altavoces emiten una lúgubre psicofonía mientras los nenes sonríen sobre los caballitos. Cada quien elige qué entrada comprar. La feria tiene estas cosas.
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